–¿Y es hombre de izquierdas el farmacéutico?

–Pues ni de izquierdas ni de derechas, creo. Farmacéutico, es farmacéutico.

En 2006 leí Milenio Carvalho, de Vázquez-Montalbán, y esta frase de su novela se clavó en mi cerebro. Quince años después, continúo escribiendo el mismo artículo, creo que me he convertido en un soberano pesado. He tenido la tentación de colocar en este espacio aquel que publiqué en el número 368, mi primer artículo, pero no. Quien quiera puede recuperarlo. El lector acabará coincidiendo conmigo: soy un pesado.

Voy a contaros algunas cosas de las que suceden entre los bastidores de estas pequeñas historias que os cuento. A menudo, antes de que salgan publicadas, las comparto con algunos colegas. Me escriben sus impresiones y sus opiniones. Son gente educada y no se atreven a decirme que no les ha gustado lo que he escrito. Aunque no he buscado una corte de aduladores, sé que el cariño que me tienen les impide ser todo lo sinceros que cabría esperar. Aun así, sus buenas palabras me sirven de mucho; incluso las que detecto corteses por educación, son útiles para afinar el artículo o para modificarlo sustancialmente.

Esta semana no tenía mucha prisa por acabar porque ya tenía escritos varios editoriales, así que me he puesto a repasar viejas palabras y me he topado con mi primer artículo, ese, el del número 368. Se lo he enviado a mi panel de lectores, advirtiéndoles de que estaba escrito hacía tres lustros.

Alguno de mis colegas, con bastante razón, me ha dicho que me repetía más que el ajo, y todos los demás que continuaba escribiendo lo mismo porque las circunstancias eran las mismas que entonces. Estas respuestas tan corteses y educadas me han llevado a una de esas divagaciones cíclicas que me acompañan en mis paseos inmóviles delante del ordenador. Escribía en el número 368 que lo importante era analizar y debatir para poder tomar buenas decisiones, que era un gran error no hacerlo. Manifestaba también que mi intención con mis escritos era favorecer ese debate y esa reflexión. Por una parte, he sentido algo parecido al orgullo por mi persistencia, lo creía y aún lo creo. Sin embargo, por otra parte una desazón insidiosa ha empezado a subirme desde la barriga hasta el estómago. ¿Tantos años repitiendo lo mismo? ¿Será que no he logrado mi objetivo lo que me induce a repetirme hasta el más absoluto ridículo? ¿Será que no soy capaz de analizar con rigor la realidad del sector?

Creo que voy a parar. Demasiadas preguntas se van amontonando y no soy capaz de responderlas. Voy a ponerle comida al hámster, que parece entusiasmado dando vueltas en su infinita noria. Parece satisfecho, no se cansa, y su monótona existencia me ahorra sacarlo a pasear y recogerle las cacas. Eso de tener un perro debe de ser maravilloso, pero, sobre todo, muy sacrificado.

Demasiadas preguntas se van amontonando y no soy capaz de responderlas. Voy a ponerle comida al hámster, que parece entusiasmado dando vueltas en su infinita noria

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