En una palabra, fundamental. En una población como en la que resido, de apenas 450 habitantes, la farmacia constituye uno de los pilares fundamentales, pues es, muy probablemente, el servicio más importante del que disponemos y que todos —en mayor o menor medida— utilizamos habitualmente. Por todo ello podemos catalogar la farmacia rural de servicio esencial.
Por un lado, estamos ante un comercio «poco usual», muchas veces a costa de la rentabilidad, ya que su fin no es vender productos como cualquier comercio típico, sino «resolver problemas y dudas», puesto que el profesional tiende a proteger y cuidar de la salud de los vecinos. Por ello, son servicios de proximidad que favorecen el desarrollo social y poblacional del municipio.
A las farmacias rurales se las debería dotar de un plus de protección por cuanto son absolutamente necesarias en los pueblos pequeños
En una sociedad tan cambiante y generalista como la actual, el hecho de tener un servicio profesional —no hay más que pensar que en un pueblo de este tamaño todos nos conocemos— proporciona una cercanía que posiblemente en las grandes ciudades no exista. Por ello, este servicio de proximidad es absolutamente necesario, ya que los servicios de salud u hospitales suelen estar alejados del municipio o, como en nuestro caso, solo atienden tres mañanas a la semana.
Además, la farmacia rural proporciona una garantía de abastecimiento de medicamentos y productos farmacéuticos, que son realmente necesarios para el desarrollo y devenir de la vida cotidiana de todos nuestros vecinos. Muchos de ellos pueden tener atendidos sus tratamientos gracias al esencial papel sanitario que desempeña la farmacia rural.
Por ello, a las farmacias rurales se las debería dotar de un plus de protección por cuanto son absolutamente necesarias en los pueblos pequeños, al igual que pueden ser los servicios bancarios, los establecimientos de alimentación básica o incluso de hostelería.