Bertolt Brecht decía que hay personas que luchan un día y son buenas; que hay otras que luchan muchos años y son muy buenas, pero que las hay que luchan toda la vida, y que esas son las imprescindibles.
Lo cierto es que tenía pocas dudas de que esta sentencia no fuera aplicable a mis compañeras rurales —no es corrección política, son abrumadora mayoría—, pero, una vez celebrado nuestro Congreso, ya no me queda ni el más mínimo resquicio.
No nos podemos permitir —ni los pacientes, ni la Administración ni la profesión— que la farmacia rural siga desapareciendo
Como comenté allí, ellas representan lo mejor de la profesión: por vocación, formación, espíritu de servicio, resiliencia... Son el único asidero al que puede agarrarse ya el paciente rural, y soportan sobre sus hombros el enorme peso de ser las garantes de un modelo de prestación farmacéutica equitativo y universal. Modelo este, hay que decirlo, que les está fallando estrepitosamente.
No nos podemos permitir —ni los pacientes, ni la Administración ni la profesión— que la farmacia rural siga desapareciendo. No podemos prescindir de su labor sociosanitaria.
Sin la farmacia rural tendremos un sistema de salud más desigual, más injusto... y más triste. Porque, a pesar de los sinsabores, las dificultades y el sacrificio diario de estas compañeras, lo que yo vi en el Congreso fue alegría, compañerismo y ganas de trabajar, y, debo reconocerlo, me conmovió y me llenó de orgullo poder pertenecer a esta «familia».
Observando la desidia con la que se las trata, la falta de propuestas de unos y de medidas de otros, y por acabar con otra cita, solo se me ocurre aquella de «Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor».