La farmacia rural española es la clave de bóveda que sostiene el arco del modelo de farmacia comunitaria en España, y también sostiene a los habitantes de Rasquera (Tarragona).
Su cruz verde es faro de salud y bienestar para los 5,6 millones de personas que viven en municipios de menos de 5000 habitantes, como Figueruela de Arriba (Zamora). Donde otros servicios y recursos indispensables —sanitarios y no sanitarios— se han replegado sin vuelta atrás, la farmacia mantiene el acceso equitativo a un sanitario y a los medicamentos.
Más de 4400 farmacias rurales tejen una red fina pero resistente, como el bordado de Lagartera (Toledo), que va más allá de la simple dispensación: participan en cribados, refuerzan la adherencia a los tratamientos y actúan como legítimos centinelas de la Salud Pública. Genera 1600 millones de euros de impacto económico directo y sustenta 23 600 empleos a jornada completa, alguno de ellos en Turón (Asturias). Pero también siembra y recoge algo más difícil de medir: estabilidad, pertenencia y arraigo.
Mantener viva la farmacia rural es garantizar el derecho a la salud en Tudanca (Cantabria); es preservar una estructura sanitaria que el mundo considera un ejemplo de equilibrio entre cercanía y profesionalidad
Durante la pandemia, la farmacia rural no se atrincheró. Desde Camp de Mirra (Alicante) también se demostró entonces una resiliencia silenciosa, pero decisiva, haciendo frente a la COVID-19 y a otra gran enfermedad: la desinformación.
Hoy, sin embargo, una de cada tres de estas farmacias sobrevive en condiciones de viabilidad económica comprometida (VEC). Mantener viva la farmacia rural es garantizar el derecho a la salud en Tudanca (Cantabria); es preservar una estructura sanitaria que el mundo considera un ejemplo de equilibrio entre cercanía y profesionalidad.
Si hay un símbolo que resume lo que significa equidad sanitaria, ese es la farmacia rural: nuestra auténtica clave de bóveda.