Esto es como una de esas escenas finales de las películas en las que se ve un grupo de amigos en una playa de postal, una playa en la que el azul turquesa combina sin estridencia con un rosa pastel perfecto. Suena, por ejemplo, Wonderful tonight de Eric Clapton. Todo encaja. A menudo esa escena describe cómo esos amigos han decidido esparcir las cenizas de uno de ellos que ya no va a reírse o a llorar más con ellos. La despedida perfecta. The End, ponían antes con letras contundentes, aunque ahora no se estila tanto. El grupo recordará durante la bucólica ceremonia lo bueno que era, mucho más de lo que realmente era, el añorado protagonista contando historias que les distraían cuando no tenían nada que hacer.  

No. No hace falta que montéis una fiesta tan delicada como esa. Soy el que me voy, pero aún soy yo quien decide el mar en el que me zambullo. Seguramente será en mi rincón entre las olas y las rocas.  

Dejo este Editorial. Ha sido una maratón, pero no un sacrificio, a veces un esfuerzo y siempre un placer para mí. No estoy seguro de que también lo haya sido para quien me ha leído. Ni en el cómo ni en el qué puedes agradar ni siempre ni a todos. Os aseguro que no me importa demasiado; es imposible, y además me consuelo pensando que ayuda tanto coincidir como disentir cuando de lo que se trata es de reflexionar y de generar debate. Mi explícita obsesión.  

Es curiosa la sensación que tengo. Por un lado, la farmacia me supura por todos los poros. Me siento saciado pero, al mismo tiempo, cuando me siento delante de una hoja en blanco me invade el deseo de contar alguna cosa, seguramente pocas nuevas, tal vez algún matiz escondido, alguna crítica, incluso alguna alabanza a la farmacia. ¿Estaré enamorado?  

No soy un tipo cómodo, sobre todo para algunos, para la mayoría de esos también tengo un recuerdo cariñoso. Excepto para unos pocos, para esos que desde su orgullo se han transformado en estatuas gigantes de mármol impenetrable, gigantes con pies de barro incapaces de aceptar una crítica y obsesionados en ir repartiendo fatuas. A esos les reservo el olvido. La farmacia no los merece.  

Sin duda lo mejor que tiene la farmacia son los farmacéuticos, mis colegas. He aprendido todo de vosotros, sobre todo los que empezáis ahora. Sois el mayor activo de la farmacia. Sin vosotros esas tiendas tan magníficas serán pasto del mercado. No cejéis en el empeño de aportar valor asistencial y de encontrar el equilibrio necesario para que esos establecimientos sean puntos de referencia asistencial para la comunidad.  

No voy a irme de aquí sin hablar de mis editores. Durante estos años he vivido muy cómodo en estas páginas, me he sentido como en casa. Gracias. Estoy convencido de que vendrá un inquilino que las querrá, al menos, tanto como yo. 

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