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El ingenioso hidalgo

El ingenioso hidalgo, dada la escasez de su documentación e iconografía personal, no sabemos si nos remite a don Miguel o a don Quixote y, en rendido homenaje, a los cuatrocientos años de su muerte.

El ingenioso hidalgo
El ingenioso hidalgo

El ingenioso hidalgo es una novela de Álvaro Bermejo que nos confunde con el Greco retratando a nuestro héroe y no al conde de Orgaz. Seguimos el laberinto de sus pasos perdidos: sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo, y las sentencias cortas se derivan de una larga experiencia. La casa de Alcalá de Henares no es la casa de Cervantes, sino la de Cervantes padre; de ahí ese botamen equívoco propio del barbero o sacamuelas, oficio paterno. Más equívoco aún cuando el capítulo XXXIX de la primera parte se inicia con un: «En un lugar de las montañas de León tuvo principio mi linaje». Por los montes de Cervantes y en el municipio de tal nombre, de por los Ancares, y no leonés sino lucense, casi todos los vecinos se apellidan Saavedra. Persona, personaje y mito hasta la sepultura, con 68 años de su siglo, un anciano en desmesura escribe su última no atendida demanda con este envidiable encabezamiento: «Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir». Cierto que el que larga vida vive mucho mal ha de pasar. Entre don Miguel y don Quixote suman la más abundante colección de paremias de la literatura española, algunas encantadoramente contradictorias como este par: «Cada uno es artífice de su ventura» y «Cada uno es como Dios lo hizo, y aún peor muchas veces». Contradictorias o no, todas entrañables y ciertas: «Amistades que son ciertas nadie las puede turbar». «El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos.» «Ninguna ciencia, en cuanto ciencia, engaña; el engaño está en quien no la sabe.» «Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama.» «¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede la obligación de agradecérselo a otro que al mismo cielo!» Aunque escaso, no es desdeñable el esfuerzo por homenajear a nuestro héroe cada cien años, pero a uno le enternece más la recitación escolar que de niños hacíamos del no magistral poema de Julio Menéndez, poeta coinventor del Día del Libro, nada menos que en el 23 de abril de 1926. A capela, cantábamos en clase: «En himnos fervientes, cantemos al libro. / Gloria a Cervantes, ingenio español. / Por la alta cultura, felices brindemos, / y vibre en nuestra alma de España el honor.»

Seguía, pero no me acuerdo de más estrofas. A nuestro héroe, maniático fingido, le hubiese encantado leer El ingenioso hidalgo de Álvaro Bermejo, eficaz novelista, riguroso historiador y soñador esotérico. En un Toledo incendiado por los autos de fe, y mientras compone su último lienzo, el enigma de la Apertura del quinto sello del Apocalipsis, Doménico Teotocópoulos abre los laberintos de su memoria para contarnos algo más que su biografía, su relación con una peligrosa fraternidad herética en la que hermanó con Miguel de Cervantes, porque ambos sabían conjugar como nadie la doble verdad del orgullo y el desenlace, lo real y lo visionario, la mano en el pecho y la triste figura, ambos caballeros de los espejos a su hermética manera. Insólita complicidad a la que nos invitan, es un envite. De pronto, y por entre la lívida luz del lienzo, uno de los retratados, nuestro héroe, nos dice: «Éste soy yo». La duda nos atenaza y, sin querer, rematamos su apuesta contestando: «Sí, de acuerdo, ¿pero quién?».

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