No llevaban capirotes en punta, ni manto con estrellas como en los cuentos infantiles, ni en sus preparados brotaban humaredas de mil tonalidades. Lo que sí tenían era entusiasmo.
En la forzosa insularidad de una oficina de farmacia de tanto en tanto desembarcan ciertos ejemplares de náufragos de secano. Con el tiempo, los detectas a la primera por un rictus insignificante en el entrecejo.