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  • Salir del ombligo

La atención farmacéutica cayó herida de muerte en España cuando pasó de centrarse en el paciente a hacerlo en el ombligo de un farmacéutico que percibía el declive de su relevancia en la atención sanitaria. Si en aquellos años noventa del siglo pasado, cuando surgió con fuerza este movimiento, se hablaba de médicos y farmacéuticos como profesionales de la salud, con un papel secundario aunque emergente de la enfermería, hoy esta profesión no solo ha adelantado a la farmacéutica, sino que además es el auténtico bastión de defensa de la atención primaria, mientras los demás, médicos y farmacéuticos, nos dedicamos a una suerte de onanismo profesional centrado en ese agujero o botón, según los casos, que adorna el centro de nuestro cuerpo y que dirige nuestra existencia.

Todo esto lo observo desde mi exilio profesional en América Latina. Mi emigración ha sido como todas, aunque en este caso no sea física, y responde, como no podría ser de otra forma, a la falta de futuro profesional a la que condenan sus generales y la pasividad de la tropa.

Sin embargo, no es una emigración triste. Atrás quedó la rabia, ya ni produce en mí sentimiento alguno presenciar esas campañas y proyectos que aparecen de vez en cuando y que son tan estériles para la profesión como útiles para los intereses particulares de quienes los promueven. Hoy es un lujo poder ver a pacientes y tratar de resolver sus problemas con la medicación en Costa Rica, Colombia o Bolivia, por citar los casos más recientes, y compartir el aprendizaje con profesionales que sí tienen claro hacia dónde quieren ir. Sí, al igual que un buen día muchos homosexuales decidieron salir del armario, poco a poco hay más y más farmacéuticas (ellas son mayoría) que están dispuestas a salir del ombligo.

Puede parecer que esta salida del ombligo tiene un origen ético, de compromiso hacia los pacientes y sus necesidades relacionadas con la farmacoterapia. Puede incluso sugerir que en ella radica una suerte de verdadero patriotismo profesional para ser útiles a las personas, disminuyendo su sufrimiento, mejorando su calidad de vida. Pero no, no es cierto. Nadie resistiría tantos años poniendo la mejilla en nombre de otros, ningún joven estaría dispuesto hoy a dejarse fusilar ni yo lo permitiría; todo va mucho más allá. Tanto que, cuando se vuelve la vista atrás, ni siquiera se ve el ombligo, o se contempla como un agujero negro por el que se ha fugado el futuro colectivo.

Durante la última sesión que realizamos antes de escribir este artículo, tras la cita con una paciente costarricense, además de promover y discutir los cambios farmacoterapéuticos que íbamos a proponer al equipo médico, el caso nos dio la oportunidad de reflexionar acerca de cuestiones tan elevadas como la fragilidad humana a la hora de exponer aquello que le duele; la comprensión de ese dolor, que muchas veces llega a sobrepasar el físico; la humildad, el ego como reflejo de nuestras inseguridades y que nos incapacita para interiorizar lo aprendido; y la misericordia hacia el sufrimiento ajeno, y el riesgo que conlleva mirarla desde fuera.

El paso del tiempo en la práctica con pacientes, acompañar su sufrimiento, nos está permitiendo aprender el verdadero sentido de la vida y de la comunidad, y nos confronta con trasladar lo aprendido a otras facetas de nuestra propia vida en las que nos queda mucho trecho por recorrer. Una verdadera lástima que se lo pierdan quienes siguen prisioneros del ombligo, pero una enorme alegría para quienes logramos liberarnos de esa losa.

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