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  • Frómista, visita imprescindible

Estabas en el centro o grano de trigo, en el exacto punto trigonométrico de un lugar de privilegio. En Frómista, en la antigua Frumestra de los romanos, de frumentum, que significa trigo. En el lugar donde el cauce de las aguas se entrecruza con el camino de las almas; lugar de doble privilegio como la luz, que no es onda ni partícula sino ambas cosas a la vez, donde lo telúrico se confunde con lo teúrgico, inasible abrazo en donde acaban de colocar un texto, un fragmento, de lo que en esta tertulia hablo.

Sobre la maravilla de las cuatro esclusas consecutivas del Canal de Castilla, un diseño de Leonardo da Vinci, y admirando la exacta geometría románica de la iglesia de San Martín. Un tanto anonadado, viajero ya estático, y escribiendo esta página por el azar de la visita a un amigo desde Laponia esquina El Cairo, desde casa media hora en autobús, en el barrio madrileño de Moratalaz, de joven el barrio de Las Latas. Sobre la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, un aurificado ángel, trompeta en ristre, nos anuncia la apocalipsis y el juicio final: vuelvo a Frómista, fin de la sexta etapa del Codex Calixtinus. Estaba en el grano de trigo, un lugar cuyo doble privilegio, telúrico y teúrgico, tratas de explicar con el paralelismo de la metáfora del agua navegable del canal y el simbolismo del león de piedra en el canecillo románico; y con el de sus protagonistas, el novator o innovador y el iniciado, ambos hombres de sabiduría aunque evidentemente se trate de muy desiguales formas del conocimiento. Aquí, en Frómista, se cruzan los cuatro puntos cardinales, el Canal de Castilla de sur a norte y el Camino de Santiago de este a oeste, la más grande epopeya cívica y la más arriscada apuesta espiritual, dos programas de la lucha por la vida, la Razón y la Fe, que raramente coinciden sin violencia en la historia de España. Difíciles de compartir pero no radicalmente incompatibles. El punto resultante de su formidable cruce algún enigmático estímulo ha de contener. Está escrito en el aire, intuyo y canto. Pienso que su circunstancia es excepcional y que no debiera ser desaprovechada. No creo en yogas ni en ejercicios espirituales, mucho menos en el brain storming y me horripila el proselitismo, a pesar de lo cual pienso que todos los españoles, al menos una vez en su vida, deberían peregrinar a la mecanografía aérea de Frómista, como los musulmanes a La Meca, para meditar sobre tal coincidencia; en particular los dedicados a la cosa pública. Entre la soledad y el silencio, por un sendero más sagrado que religioso, por la sirga de la más ilustrada obra de ingeniería hidráulica y contemplando el espectáculo de unas esculturas renacentistas que no reflejan sino que emiten las luces de amanecer y crepúsculo. Imposible dar más en un solo envite, descrito en tres canecillos consecutivos con cabeza de león: una cabeza; la misma cabeza, más grande, con la boca abierta; la misma devorando a un hombre. El tema es la paciente espera de la muerte iniciática, el león devora al hombre viejo para que así renazca el hombre nuevo, un hombre que en cuatro esclusas consecutivas adquiere la mayoría de edad: quizás uno sea un recalcitrante regeneracionista ecléctico que no tenga remedio.

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