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Prescripción farmacéutica

Todo era mucho más sencillo cuando era el brujo de la tribu quien acumulaba en exclusiva el conocimiento de lo que sucedía en los cuerpos y las almas de sus feligreses, y el único que sabía cómo remediarlo. Lo malo es que era muy poco lo que realmente sabía. Desde ese pasado tan lejano, el aumento del conocimiento acumulado por la sociedad ha sido exponencial, lo que ha comportado un incremento de la complejidad de su gestión. Esta dificultad ha hecho necesario otorgar responsabilidades a las diferentes profesiones con la intención de que ese conocimiento revierta en la propia sociedad de la manera más eficaz y segura posible.

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Y no sólo ha habido un incremento del conocimiento. Además, éste se ha socializado, y la brecha entre los que lo poseen y los que carecen de él ha disminuido. Este nuevo paradigma comporta la necesidad de una reconfiguración constante del mapa de las responsabilidades de cada actor, lo que, lógicamente, hace surgir fricciones entre los que sienten cómo su parcela de exclusividad peligra, llevados por el temor de una pérdida de poder y de dinero.

Estamos inmersos en un proceso en el que los compartimentos estancos de conocimiento y responsabilidad van difuminando las paredes que los separan. Lo que antes eran paredes maestras, ahora evolucionan con rapidez hacia membranas osmóticas. Podríamos acabar aquí y dejar escrito que el paradigma ha cambiado y que el conocimiento ya no es propiedad de nadie. Sin duda sería un análisis resultón, pero demasiado superficial.

Si bien es cierto que el modelo de compartimentos estancos entre profesionales y entre éstos y la sociedad ha caducado –por lo cual una colaboración más intensa entre profesionales de diferentes ámbitos y el mayor empoderamiento de los pacientes será el escenario en el que nos moveremos–, no es menos cierto que definir con claridad el reparto de responsabilidades es el mejor método para garantizar un nivel de seguridad adecuado en la toma de decisiones.

Los farmacéuticos manejamos materiales muy sensibles, como son el medicamento y la relación del paciente con su medicación y con su salud en general. Asumir responsablemente este rol está en el núcleo de nuestra profesión. Es necesario encontrar el punto de equilibrio justo en el que, con el único fin de mejorar la salud de los pacientes, el farmacéutico asuma nuevas competencias, asumiendo también las responsabilidades que ello comporta hasta sus últimas consecuencias, y eso requiere ir paso a paso, sin pausa pero sin prisa.

Es imprescindible mantener un diálogo fluido entre profesionales desde el que se incentiven las actitudes colaborativas con el objetivo de establecer nuevas normas y protocolos, buscar nuevas herramientas que ayuden a compartir la información y aprovechar al máximo las capacidades y las habilidades de cada uno; sólo así podremos establecer un nuevo modelo útil para la sociedad a la que servimos y pretendemos seguir sirviendo. Aunque, a veces, parece que algunos añoran volver a ponerse las plumas y a cocinar las pócimas mágicas en un ritual ancestral.

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