Ya llevamos unos meses, aunque algunos se empeñan en contar que la situación no es alarmante, que padecemos un grave deterioro en el suministro de bastantes medicamentos. No soy capaz de averiguar el interés que tienen en negar una evidencia, pero no soy quién para hacer de adivino de las verdaderas razones de esta extraña ceguera. Aunque hay negacionismos mucho más perjudiciales, este es molesto y ridículo. 

Los farmacéuticos de a pie —no es una denominación muy académica que digamos, pero de vez en cuando me gusta utilizarla, sobre todo cuando escribo uno de estos editoriales después de una larga tarde en la farmacia explicando que no hay Ozempic, Pylera, Kreon, Rivotril, pomada de Icol, Ciclopléjico, Amoxicilina 250 mg, Duracef, Duokopt, Depakine crono… y llego a casa con los pies y las mandíbulas muy exigidos—, necesitamos un par de cosillas, igual tres o cuatro. Se me ocurren, por ejemplo: información fiable y transparente, ágil acceso a fuentes fiables sobre los motivos de la escasez, herramientas eficientes para trasladar la información de forma clara e inequívoca a los prescriptores, un reparto equitativo de las existencias cuando el suministro es insuficiente, y adecuar la normativa sobre dispensación que autorice al farmacéutico a realizar actuaciones profesionales encaminadas a solucionar la problemática existente. 

El farmacéutico de a pie no puede disponer por sus propios medios de una visión global de la problemática; ni puede ni es su responsabilidad. Su responsabilidad es acudir a las fuentes para estar bien informado e intentar solucionar la dispensación del paciente que le reclama la medicación en el mostrador. Su responsabilidad es esencialmente proveerse de suficientes medicamentos, buscarlos y dispensarlos en condiciones. Es cuando la problemática excede de ese ámbito y dificulta esa dispensación que las autoridades sanitarias, las organizaciones suprafarmacéuticas y sus responsables y dirigentes cobran una especial importancia. En esas situaciones es cuando resulta más necesario demostrar su utilidad. Lo que no vale en esos momentos es acudir a los tópicos «Sálvese quien pueda» o «Tonto el último». Bienvenidas las iniciativas que ayudan a facilitar la labor del farmacéutico de a pie.  

El farmacéutico, el de los pies cansados, porque es su responsabilidad y porque le va en ello la satisfacción de su clientela, ya se ocupa de utilizar las mejores herramientas que tiene a su abasto para atender las necesidades de sus pacientes; no cabe ninguna duda de ello. Exigir a los otros, a los que no tienen los pies tan doloridos, que les faciliten al menos un bálsamo calmante para cuando llegan a casa, creo que no es pedir peras al olmo.

Ya llevamos unos meses, aunque algunos se empeñan en contar que la situación no es alarmante, que padecemos un grave deterioro en el suministro de bastantes medicamentos

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