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No eran doce, trece

El año berrea como un bebé en el funeral del viejo. Es un llanto punzante y rabioso que nos taladra el cerebro y que nos exige resistencia y paciencia. Dicen los optimistas y los valientes que eso significa que viene sano y que, como todos los críos, llega con un pan bajo el brazo. El año nuevo, de la mano de la ciencia, nos ha traído la esperanza. Ya tenemos varias vacunas eficaces contra la COVID-19 y empezamos a vacunar. Tenemos una tarea que podría ser, como el león de Nemea o la hidra de Lerna, una de las doce que tuvo que vencer Heracles para ser perdonado. Vacunar al mundo entero, ahí es nada.

No eran doce, trece
No eran doce, trece

Sería pretencioso en estas páginas intentar evaluar todos los aspectos sanitarios, económicos y políticos que implica ese reto de la humanidad. Seré discreto y prudente, me ceñiré a nuestra pequeña parcela de mundo que, aunque sea de las bien situadas de la urbanización, también tiene sus problemas. Aún más, me centraré concretamente en nuestro rincón de detrás de los mostradores, no sé si en primera, segunda o última fila. Sea donde sea que estemos o nos sitúen, deberemos hacer todo lo que podamos para que esto funcione lo mejor posible.

Los que tienen que tomar decisiones en una situación plagada de incertidumbre y complejidad merecen todo nuestro respeto, pero esa prudencia que se nos debe exigir no debe impedirnos reclamar con la máxima contundencia a los que dirigen el cotarro que nos digan las cosas claras. ¡No lancéis falsas esperanzas, por favor! Esto va para largo. A lo que deberíamos aspirar es a que dure lo menos posible; para ello necesitamos recursos para comprar vacunas suficientes y disponer de manos adecuadas para administrarlas. Además, para que no acabe en una orgía, necesitamos organización. Para cumplir los objetivos que se han anunciado (el 60% de la población vacunada en verano), debemos administrar 350.000 dosis de vacuna diarias sin parar. Insisto, un reto.

No se trata de volverlo a repetir ni de sacar ganancia del río que baja revuelto. Se trata de sentido común, de ser conscientes de lo hercúleo del reto y de aprovechar hasta el último recurso del que disponemos. La vacunación en determinadas farmacias, las que sean necesarias y reúnan las condiciones para hacerlo, en un modelo sanitario como el español, puede considerarse como un recurso adicional, incluso excepcional, pero nunca despreciable. No contemplarlo como una posibilidad exclusivamente por cuestiones ideológicas o corporativas ya entra en la categoría de pecado capital. Cuando eso sucede, podemos afirmar con pena que no vamos bien.

PD: No quiero mezclar churras con merinas, pero es tan penoso como que no estén dispensándose de forma normalizada en las farmacias los autotests de antígenos. Ceguera absoluta.

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