Allá por el año 2016 escribí un editorial (exactamente el del número 533) que titulé La milonga. Resumiendo, opinaba entonces que las milongas son solo eso, milongas, historias fantasiosas, y que cuando algo se quiere, lo más probable es que requiera un esfuerzo importante de quien lo quiere para convertirlo en realidad.

Si nos atenemos al tiempo que ha transcurrido desde entonces, no sería descabellado pensar que el esfuerzo que hemos estado realizando durante estos años ha sido enorme, más de seis años batallando para que la farmacia tenga  un papel en la dispensación de los medicamentos más innovadores y a la vez más costosos. Pero lo cierto es que muy poco se ha conseguido, y no solo eso: tampoco hemos avanzado en lo que se refiere a la capacidad del farmacéutico para solucionar problemas cotidianos en el mostrador de la farmacia, como el cambio de forma farmacéutica, la continuidad de tratamientos crónicos en pacientes estabilizados o la prescripción protocolizada en patologías de baja complejidad.

—¿Qué crees que ha sucedido? ¿No nos hemos esforzado lo suficiente? –me pregunta una buena amiga con la que comento lo que estoy pensando escribir (esto que ahora estáis leyendo si aún no habéis descartado continuar por reiterativo y cansino).

—No creo que sea eso, no. La farmacia no ha entendido, ya lo apuntaba en el aquel editorial, que ya nada va a ser igual y que no se trata de picar mucho el clavo. Se trata de girar el clavo.

—¿No somos suficientemente osados para cambiarlo o suficientemente avispados para verlo? –me pregunta cuando niego su pregunta inicial.

—En cierto modo, creo que no lo somos, ni lo uno ni lo otro, aunque tampoco creo que sea solo eso. No hemos roto de forma clara la inercia que ha situado al sector en una parcela alejada del proceso asistencial, lo que nos resta credibilidad al negociar cambios legislativos y, además, ese retraimiento ha permitido ir ocupando ese espacio a quien compite con nosotros.

—¿Solo eso? –es una buena amiga conocedora del fondo de mis pensamientos.

—No, no solo eso. A una buena parte del sector ya le va bien continuar picando el clavo porque no le pagan mal la hora.

—Sospechaba que ibas a decirme algo parecido a lo que me has dicho. Te estás volviendo un cascarrabias.

—No creas, estoy mucho más tranquilo que cuando escribí la primera milonga y ahora es difícil que me hagan comulgar con ruedas de molino. 

 

Nota: No intentéis buscar a mi amiga por aquí para preguntarle si la convencí. Lo último que sé de ella es que se marchó a Uruguay y que está ensayando la milonga.

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