El avestruz

A menudo, cuando se trata de buscar explicaciones a las malas noticias, de esas que vienen no sólo para incomodarnos, sino que llegan a provocarnos algo parecido al miedo, optamos por el camino más irracional, que es sencillamente matar al mensajero.

Editorial
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Es una práctica muy extendida, es una variante humana –por supuesto más cruel y más real– del mítico gesto del avestruz. No soy quién para opinar sobre ese habitante tan gracioso de las sabanas africanas, porque no conozco bien su íntima naturaleza, pero, aunque solo sea por el derecho que me otorga pertenecer a la misma especie, me permito criticar con rotundidad esa costumbre miedosa y cobarde de la nuestra. Un hábito que practicamos desde los tiempos de la antigua Persia, aunque entonces, eso sí, la expresión fuera una descripción más literal de la práctica.

Podríamos conformarnos y concluir que la civilización ha avanzado mucho por haber superado el primitivo salvajismo, pero, aunque sea metafóricamente, continuamos cerca de las costumbres del mundo animal, cerca del gesto miedoso del avestruz.

La sucesión de malas noticias que afectan al sector es larga, tan larga que no es posible, ni conveniente, esconderla, aunque tampoco es cuestión, en esta página, de hacer una enumeración exhaustiva porque sería un rosario demasiado monótono y penoso. Con el ánimo de evitar la pena y el aburrimiento, podemos resumir esa sucesión de malas noticias en dos grandes titulares. El primero podría ser «El volumen de negocio ha descendido hasta cifras parecidas a las de seis o siete años atrás y no se vislumbran mejoras», y el segundo «Se incrementan de forma alarmante las tensiones liberalizadoras».

Unos titulares que no deberían sorprendernos si, en vez de despachar el asunto como los Persas, en su variante civilizada, eso sí, el sector hubiera analizado con frialdad y rigor las malas noticias que han ido desgranándose durante estos últimos años. Casi nunca los portadores de estas noticias son la causa de los males, ni esas malas noticias van a dejar de venir por el simple hecho de desacreditar o ningunear a quien las trae. Sobre todo, de lo que deberíamos convencernos es que nunca son los causantes si quien es su portavoz pertenece y participa de las inquietudes del mismo sector afectado. Lo único que demuestra esta manera de actuar es la incapacidad de afrontar los momentos difíciles y la inmadurez de quien la escoge.

Sólo debería caber una forma de actuación, que no puede alejarse demasiado de la dirección que marcan estas cuatro indicaciones:

1. Reconocer que el modelo está en crisis.

2. Analizar en profundidad y sin prejuicios todas las propuestas.

3. Debatir con transparencia y lealtad.

4. Elaborar un plan de actuación. 

PD: Por si no he convencido al lector con mis palabras quiero dejar claro que no soy mensajero de nada.

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