Nadie sabe quién transformó a Gregor, ni mucho menos si existían un plan oculto y un objetivo que justificaran su sacrificio, su pena y, al final, su muerte. Lo cierto es que a partir de esa fatídica mañana ya nada volvió a ser igual. Gregor ya nunca pudo volver a trabajar en su oficina, y su sueldo ya no entró más en su familia. ¿Somos lo suficientemente conscientes de que una transformación también implica sacrificios y pérdidas?
Hemos perdido totalmente el respeto por las palabras. Manejamos conceptos como el de transformación con demasiada ligereza. O no tenemos ni idea de lo que representa cambiar profundamente (transformar), o confundimos conceptos (no es lo mismo una operación de reconstrucción facial que una sesión de maquillaje), o sencillamente hablamos de algo que, como ni hemos querido ni queremos afrontar un cambio real, nos sirve para llenar titulares y poder continuar sin quererlo afrontar.
La metamorfosis que nos describe Kafka afectó a un pobre oficinista, pero el derrumbe de su vida solo le afectó a él: incluso su familia lo olvidó después de muerto y la vida continuó como si el pobre Gregor no hubiera existido nunca. Sin embargo, un proceso de transformación como el que nos ocupa (la transformación de un sector) es algo tan complejo como que nos crezcan unas cuantas patas más de las que tenemos, incluso más que eso. Afecta a muchas familias, a muchos profesionales con visiones distintas de su propia profesión. Requiere tejer muchos consensos, pero seguro que, sin un objetivo y un plan, es absolutamente imposible tener éxito y, además, se corre un riesgo elevado de acabar como Gregor.
Tenemos la responsabilidad de hacernos las preguntas, tenemos la obligación de reclamar un plan y de participar en su elaboración, y nos merecemos que esa transformación no acabe en una pesadilla kafkiana como El proceso que tuvo que soportar Josef K. ¡Vaya tipejo que fue Franz!