No creo que sea el haber sido alumno de los escolapios lo que me confirió una cierta rivalidad con los alumnos de los jesuitas, pero sea por la razón que sea nunca he acabado de compartir el consejo de San Ignacio de Loyola: «En tiempo de tribulaciones no hacer mudanza».
Una calma tensa como las que anteceden a la tormenta perfecta se detecta en el ambiente de este final de año. La sociedad española está expectante ante la llegada del paquete de medidas anticrisis con el que seguramente se inaugurará esta legislatura y, aunque el sector haya soportado ya diversos recortes, nada indica que esta vez tampoco vaya a salir indemne. No se trata simplemente de hacer predicciones sobre la dureza de las medidas y de dejarlo todo a la suerte. Debería evitarse a toda costa la parálisis atenazadora frente al desastre que se intuye, y aunque no tener un plan preparado con el suficiente tiempo y decisión es un grave problema, sólo existe una opción: ponerse manos a la obra.
El primer día de noviembre siempre ha estado bañado de una cierta tristeza, la tristeza del recuerdo de los que nos han dejado, de la lejanía de las alegrías de las vacaciones estivales y del amarillo de los crisantemos; es un día en que todo parece más gris, como el papel con el que la castañera de la esquina nos envuelve los frutos asados del otoño.