Almanaques farmacéuticos

La palabra almanaque proviene del término árabe al-manākh, que significa «el clima», lo cual refleja su propósito original de proporcionar información a los agricultores sobre las estaciones y el clima.

En ocasiones, por lo que tienen de común, a los almanaques se les llama también calendarios, y viceversa. No obstante, son distinguibles. Los calendarios consisten poco más que en una o más tablas gráficas de la sucesión de los días, los meses y las estaciones del año, generalmente con la indicación de los principales acontecimientos civiles o religiosos y las fases lunares. Los almanaques son mucho más amplios, pues el calendario va acompañado de mayor información y de elementos recreativos, datos astronómicos, pronósticos meteorológicos, fechas de fiestas, ferias y mercados, épocas de sembrado y de cosecha, trabajos de creación, en prosa y en verso, chistes, adivinanzas, juegos, etc., y también, en muchas ocasiones, de publicidad farmacéutica, especialmente los almanaques antiguos. Son publicaciones que pueden ir de un simple folleto a un grueso libro.

Pueden distinguirse dos tipos de almanaques de interés farmacéutico. Aquellos cuyo editor no guarda relación directa con la farmacia y los editados por personas o entidades farmacéuticas.

Dentro del primer tipo, cabe distinguir dos grupos. El primero, de menor interés, agruparía aquellos almanaques con notable presencia de publicidad entre sus páginas, pero muy variada, de modo que la publicidad farmacéutica no destaca especialmente. No obstante, es preciso citar que, desde al menos finales del XIX, en Madrid existieron los llamados almanaques «higiénicos», que eran regalados por algunas farmacias, como, por ejemplo, la farmacia Simón de Madrid. El Almanaque Higiénico era una obra bastante completa, con una finalidad muy propedéutica, ofreciendo consejos higiénicos para cada año y explicando los efectos nocivos del abuso de los baños de mar y de las aguas minero-medicinales; también daba información sobre la localización de las casas de socorro madrileñas y sobre los médicos madrileños y sus direcciones; insertaba anuncios diversos, entre ellos, de medicamentos, de aparatos y de sifones para bebidas gaseosas.

En el segundo grupo, por el contrario, prácticamente toda la publicidad es farmacéutica, pudiendo llegar hasta el punto de tratarse de libros editados expresamente para ofrecer publicidad de productos farmacéuticos y sanitarios de diversos fabricantes que costean la publicación. Son almanaques antiguos, de finales del siglo XIX. Este es el caso, por ejemplo, de un «Almanaque para 1896» impreso en París por «Corbeil. Imprenta Crété», de 164 páginas, todo él en castellano y con ilustraciones, con publicidad de más de un centenar de productos franceses distintos, correspondientes a unos sesenta fabricantes. Entre esos productos, por citar algunos, la Fosfatina de Faliéres, el Jarabe sedativo Laroze, el Jarabe de Aubergier, el Apiol de los doctores Joset y Homolle, etc. Era distribuido gratuitamente y, según se lee en la cubierta, era útil, instructivo y ameno.

En los correspondientes al tipo de almanaques editados por personas o entidades farmacéuticas, predominan los publicitarios de laboratorios farmacéuticos. Uno de ellos, de cita obligada, es el Almanaque Bristol, que cuenta con 179 años de vida y que se publica en inglés y en español (en su versión para España, o para Colombia). Se originó en 1832 en Nueva Jersey por gestión del médico Charles Bristol, cuya cara ha venido siempre ilustrando la cubierta. El almanaque fue creado para que sirviera de guía para que los pacientes tomaran correctamente sus medicamentos. Posteriormente, se añadieron otros datos como el santoral, los cuentos y los chistes. Bristol fue el dueño de la farmacia que todavía conserva su nombre. En 1856 la firma Lanman y Kemp Barclay compró la empresa y añadió al almanaque anuncios de sus productos, como el Agua de Florida Murray y Lanman, el Tricófero de Barry o la Brillantina Alka.

Laboratorios propiamente españoles también han editado sus almanaques publicitarios, especialmente entre finales del siglo XIX y la Guerra Civil. Muchos de ellos eran laboratorios anejos a farmacias.

Indudablemente, el almanaque fue, y puede serlo todavía, un buen medio publicitario, al perdurar su vigencia y su posible consulta y entretenimiento durante un año. En el ámbito del coleccionismo, su interés es extraordinario, especialmente por cuanto tiene de documental, sin embargo, se conocen pocos coleccionistas de almanaques, y menos aún con la condición de farmacéuticos. Lo cierto es que no resulta fácil encontrar este tipo de publicación, posiblemente porque un año siempre desecha al anterior.

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