Para los nacidos en los ochenta como es mi caso, cada día menos joven aunque igualmente farmacéutico, la historia de la Guerra Fría nos suena a algo lejano y viejuno. Los recuerdos puros que nos quedan (los que no hemos aprendido en los libros de historia, las películas y los documentales) son los de la familia pegada a la televisión el día que empezaron a tirar el Muro (de Berlín, claro) a martillazos y las múltiples apariciones de ese señor calvo que tenía una mancha morada en la cabeza y que se llamaba (y se llama) Mijaíl Gorbachov (no tiene mucho que ver, pero fíjense si los recuerdos son infantiles, que mi prima ochentera también, de tanto oír a mi tía llamar a ese señor Mijaíl, le acabo diciendo, mira mamá Tu Jalil).
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