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Cuando el dolor arrecia en lo más familiar imposible, la reflexión y las divagaciones ceden ante la rutina impuesta por la necesidad, y una tertulia puede ser una simple disculpa de desahogo, de disculpa ante los amigos, un simple elenco de nombres propios y actividades no cumplidas con el debido esmero.

Uno no se explica por qué el dolor no desaparece una vez cumplida su noble labor de síntoma, de timbre de alarma, y por qué insiste de forma tan injusta como innecesaria. Panacea, la que todo dolor cura, hija de Asclepio y hermana de Higea, se acaba de instalar entre nosotros con el nombre de Revista Panacea, revista de humanidades, ciencia y sanidad, una revista digital dirigida por el entusiasmo de Daniel Pacheco, dispuesta a pasearse por entre las dos culturas, como ya hiciera en otro formato por el Ateneo de Madrid, y todos los que gustamos de circular por tal pasillo intervendremos: Javier Puerto, Esteva de Sagrera, Carlos Lens, Enrique Granda, Santiago Cuéllar, Federico Mayor, en realidad todos, en mayor o menor grado. Punto com y se accede al prodigio. Me pierdo la representación de La farmacia de Antón Chéjov, monólogo y maravilla de expresión corporal de Ángel Simó, en la librería Con Tarima, y con ella la hilarante versión de Sobre el daño que hace el tabaco, algo de lo que ya se informaba en el herbario de Gutemberg, ¿recuerdan? Sí recibo y leo, lo de leer es más accesible por no necesitar desplazamiento, la antología de microrrelatos de José González Núñez, Ajuste de cuentas, con la deliciosa perla referida a la teoría práctica de la condición humana: «Todo el mundo va a lo suyo, excepto yo, que voy a lo mío». La paremia como relato es una peligrosa tentación para el narrador, alguien que ha de estar seguro de sus fuerzas como el gaitero y el fumador de habanos. Una mala noticia, José Félix Olalla, excelentísimo presidente, persona y poeta, renuncia por estética (no encuentro otra causa) a seguir presidiendo AEFLA, ya saben, lo de nuestros colegas amantes de las artes y las letras, y habrá nueva junta en la que, si no me resisto con más ahínco, figuraré de alguna forma junto con el entusiasmo del siempre joven Benito del Castillo y las impagables colaboraciones de Margarita Arroyo dirigiendo Pliegos de rebotica, y José Vélez editando los libros de Pharma-ki (a no perderse el último, la antología de Federico Muelas).
Esto de AEFLA necesitará una más larga noticia, explicación y presencia de tertulianos. Me vienen encima reediciones de mis novelas que no sé cómo atender, entrañables y conflictivas ya veremos dónde y cómo. Una es La costumbre de morir, en la editorial Reino de Cordelia y bajo el auspicio de Castelló Negre, alegre festival de novela de crímenes en Castellón, y la otra Tantos inocentes, en Alianza Literaria, que debutará en la librería Cosecha Roja de Valencia con la colaboración de Amnistía Internacional.
La vida sigue fluyendo, ese río que va a dar a la mar y no nos permite bañarnos dos veces en las mismas aguas, por más que no le importe la posibilidad de que tropecemos dos veces, a voces más, en la misma piedra: nadaremos, nada que hacer.
Consuela la voz de una panacea en la que ponemos nuestra esperanza, y a propósito de la Revista Panacea: analizará lo cotidiano, lo histórico y lo por venir desde la perspectiva humanística y científica, ambas lúdicas, pero dejará fuera la crónica de la actualidad rabiosa que otras empresas llevan adelante con tanta aplicación y acierto como este El Farmacéutico, en cuyas páginas nos conciliamos. Confiando en Panacea y dándole la razón a Pío Baroja: «Quien no sabe del dolor, nada sabe de la vida». Un desahogo.

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