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  • Narciso en mis pensamientos

En el tercer libro de sus Metamorfosis, Ovidio narra el mito de Narciso, hijo de la ninfa acuática Liriope y del dios del río Cefiso. El adivino Tiresias predijo que Narciso llegaría a viejo siempre que no se contemplase a sí mismo. Narciso era muy bello, estaba enamorado de su hermosura y rechazaba a todas sus pretendientes, entre las que destacaba la ninfa Eco, que había sido cómplice de Zeus en los engaños a su esposa Hera, a la que Eco distraía hablando sin parar. Irritada, Hera la condenó a repetir las últimas palabras de cuanto dijera. Narciso rechazó a Eco, y también a otras ninfas que lo pretendían, que se dirigieron a Némesis, la diosa de la venganza, para que lo castigase. Némesis planeó una refinada venganza: hizo que Narciso se contemplase absorto en las aguas. Él quedó deslumbrado por su belleza y enfermó de melancolía hasta que falleció; donde murió brotó una flor que lleva su nombre. Ensimismado en su propia contemplación, incapaz de ver nada que lo atraiga salvo él mismo, el narcisista se agota en  su admiración, que lo aleja de los demás y lo condena a la inanición.

En un cuadro de la escuela de Boltraffio (1467-1516) conservado en la National Gallery de Londres, un bellísimo Narciso, coronado de laurel, se contempla lánguidamente, esclavo de su belleza. Casi todo el atractivo del cuadro reside en el rostro de un Narciso de rasgos hermafroditas. Poussin (1594-1665) retrató a Narciso moribundo, tendido en el suelo, con una flor brotando de su cabeza, y a un abatido Cupido que no esgrime su arco y sus flechas sino una antorcha, símbolo nocturno asociado a la muerte; la ninfa Eco lo contempla resignada. Se conserva en el Louvre. Caravaggio (1571-1610) es el autor del cuadro de Narciso que ha alcanzado mayor celebridad: fascinado por su belleza, Narciso se contempla en el espejo que forman las aguas de un río. Es una composición hábilmente planteada y resuelta, con el sutil detalle adicional de que el Narciso reflejado en las aguas es menos hermoso que el Narciso que se admira embelesado. El narcisismo es ambivalente, a la vez creativo y autodestructivo: «Por Narciso se puede entender cualquier persona que recibe mucha vanagloria y presunción de sí misma y de su hermosura o fortaleza, o de otra gracia alguna, de tal manera que, a todos estimando poco y menospreciándolos, cree no ser buena otra cosa salvo él solo, cuyo amor propio es causa de perdición» (Juan Pérez de Moya, Philosophia secreta, 1585). El cuadro de Caravaggio se conserva en la Gallerie Nazionali d’Arte Antica de Roma. John William Waterhouse (1849-1917) ofreció la visión prerrafaelita del mito de Narciso, un cuadro de 1903 en el que Narciso se contempla sin reparar en Eco, semidesnuda. En este cuadro típicamente prerrafaelita a pesar de su datación posterior al movimiento, Narciso prescinde de la belleza de Eco y de las flores, absorto como está en la admiración de sí mismo. Se conserva en la Walker Art Gallery de Liverpool.

En 1937 Dalí dio su versión, Las metamorfosis de Narciso, conservada en la Tate Modern londinense, una composición surrealista con dos imágenes de Narciso; la que está a la derecha representa su muerte, la cabeza convertida en un huevo del que brota la flor de narciso. Este cuadro, comparado con los cuatro anteriores, plantea serias dudas sobre la idoneidad de algunos caminos recorridos por el arte del siglo XX, con sus elevadas dosis de vanidad, trivialidad y narcisismo, como se observa en la cita de uno de sus máximos exponentes: «Cada mañana, cuando me despierto, experimento de nuevo un placer supremo: el de ser Salvador Dalí». Desde que los artistas justifican su obra por su originalidad e identifican el arte con la plasmación de sus obsesiones, el arte se arrodilla ante su ídolo, Narciso.

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