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  • Miento, luego existo

La mentira hay que pensarla, luego existes cuando mientes y cuando insistes en ello resultas insoportable. El tema de la tertulia lo decide un tiempo de elecciones y ¿cuándo no las hay? Los políticos, ese chiste fácil con los políticos chinos: «¿Ustedes tienen elecciones? Oh, yes, evely molning». Mentir es expresarse de forma contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa, y la mentirijilla sólo es soportable en niños que encima se delatan por esas manchitas blancas en las uñas. Expresarse incluso en contra a lo que se desea es barroco artificio de político; engaño o fraude con que se intenta dañar a alguien en beneficio propio. Esa falsedad en daño ajeno se llama falacia. Esa habilidad para decir de vez en cuando algo cierto para que te crean cuando mientes. Algo cierto, obvio, como somos bípedos implumes, seguido de algo promisorio, pero votándome volaréis. Está tan en el ambiente la mentira que no sé si resistiríamos la presencia de alguien sincero. Si un amigo te dice que los burros vuelan, que ahora mismo pasa uno por encima de donde estamos, si es mi amigo yo me asomo a la ventana para ver un burro volador, me parecería más inverosímil que un amigo me mintiera. Sonrisas en la audiencia. «Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que de ahora en adelante ya no podré creer en ti», dijo Friedrich Nietzsche. Las mentiras de los políticos suelen producirse con el silencio cómplice, cuando el no decir es apoyar lo incierto; con la causalidad de las estadísticas retorcida hacia el lado que les conviene; y, cuando la enuncian ellos, por un majestuoso desprecio hacia lo falsario que toda contradicción supone. Pueden hacer preguntas como ésta: ¿Qué ocurriría si una fuerza irresistible se encontrara con un cuerpo inamovible? La pregunta parece aguda y hasta inteligente, pero no tiene significado y no requiere contestación. En un universo donde exista una de las condiciones la otra no puede existir. Falacia se llama la mentira que disfraza con ingenio su mala uva. Lo de por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas termina por volverse en contra del mentiroso, pues no puede permitirse tener mala memoria. Aunque no sé, la sociedad está tan impregnada de mentiras, o sea de mentiras piadosas, de medias verdades, de publicidad, de eslóganes políticos, que a los mentirosos ya no se les penaliza socialmente. De hecho, están tan bien aceptados como los corruptos. Sólo para ellos es cierto el aforismo anónimo de «la mentira es lo que prolonga el tiempo de una relación en crisis» (para matrimonios y socios de gobierno). Sólo para los científicos, porque lo suyo no es la fe sino el razonamiento crítico, «la verdad es una mentira que todavía resiste». Y sólo para artistas y literatos el don de realzar la verdad con la mentira, la verdad de las mentiras es una novela y las novelas son ficción. Bajo mi punto de vista la ficción sólo miente con estas dos afirmaciones: «Basada en un hecho real» y «Todo parecido con la realidad es pura coincidencia» (salvo cuando la coincidencia es inevitable). Aceptamos ya la mentira con la misma naturalidad con que pasamos en el súper el billete falso que nos han dado en el bar o consultamos el horóscopo sin importarnos se base en el zodiaco de hace 2.600 años con una concepción geocéntrica del universo. No creemos en ella, pero la hacemos o dejamos circular como la falsa moneda. Hace una década publiqué mi novela Miento, quería hablar de una mentira pero no quería evadirme de la responsabilidad colectiva que nos concierne a todos por haber hecho de la verdad una especie en extinción, y en la foto de portada aparecí tapándome la cara con las manos por pura vergüenza. Quizá fuese un tanto teatral, el «miento» del título se refería al sufijo de sentimiento. Quizá fuese pena en vez de vergüenza.

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