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  • Manual del líder

En vísperas de elecciones porque en democracia todo el tiempo es víspera de elecciones. Como a pesar de la democracia se sigue creyendo que gobernar es ganar las elecciones, es por lo que rememoro este breviario de normas para el líder político, para refrescárselas a los votantes quiero decir. 

Ya sé que acaban de votar pero hay más. La primera norma es clara y definitiva: el líder agitador, para ser persuasivo, debe tener la habilidad de sustituir la razón por la emoción, aboliendo la línea que separa lo verdadero de lo falso. Lo demás son consecuencias. Para la muchedumbre no hay término medio, por eso es necesario simplificar los problemas evitando toda suerte de grises. Unos pocos símbolos simples referidos a unos pocos problemas básicos son preferibles a las cuestiones complejas que exijan meditación. El líder debe ocuparse de lo blanco y de lo negro, debe reducir la vida a una película de buenos y malos y prometer que si él la dirige tendrá un final feliz. Las proposiciones deben hacerse de tal manera que se las pueda absorber sin necesidad de proceso mental alguno, sea del signo o del significado que sea. Bajo ningún concepto emitir una oración subordinada y no digamos una palabra como escouldivo que obligue a consultar el diccionario. Debe sacarse de la manga e inesperadamente frases felices como un eslogan publicitario, eufónicas, aunque no vengan a cuento. Un método eficaz es la repetición sistemática, basta decir una mentira con gran aparato, repetirla mil veces para que la gente lo crea, y repetirla mil una para que quien la produjo la considere fríamente como una verdad. El líder verbaliza las actitudes y sentimientos vagos del común, además de al eslogan debe recurrir a mitos, leyendas y tópicos. Y recuerdos. Recuerda acontecimientos escogidos con el fin de despertar lo instintivo e incitar a la acción, o sea, revive los odios, los miedos e impulsos elementales del subconsciente canalizándolos hacia su propio interés. Las palabras deben perder su significado y su función comunicativa para convertirse en elementos retóricos persuasivos, deberán utilizarse no según el sentido o la sustancia, sino según la sonoridad y el quantum. Jamás partículas dubitativas como quizá. Las respuestas nunca deben supeditarse a las preguntas de periodistas o público y siempre serán contundentes. Para ampliar detalles puede consultarse el manual de manipulación Volkanfklaerung und propaganda, de Joseph Goebbels, Berlín, 1933, un libelo muy práctico y aún vigente. El capítulo de la praxis es toda una delicia: «Nunca permitan que el público se enfríe. Nunca admitan un error o una mala acción. Nunca concedan que puede haber algo bueno en su contrario. Concéntrense en un enemigo a la vez y atribúyale a él todo cuanto salga mal. Ofrezcan un objetivo concreto intermedio como si fuera el último y convenzan al pueblo de que todo depende de su capacidad para conquistar ese objetivo particular, aquí y ahora, sin tener en cuenta nada más». Las normas para la puesta en escena también son encantadoras, esa de reunir a la gente de tal forma que haga imposible las relaciones cara a cara, individuales y críticas, sustituyéndolas por las del contacto estrecho del tipo hombro con hombro generadoras de una cierta estimulación sicosomática y un cierto sentimiento de poder masivo. Se recomienda la utilización de banderas, canciones, gritos y fanfarria, todo eso tiende a inhibir los hábitos e ideas racionales y a reemplazarlas por el entusiasmo emocional que despierta el partido y sobre todo el destino de la patria. Una buena hora es el atardecer, mejor aún la noche, la gente está más cansada y se vuelve más susceptible. Lo increíble es que estas recomendaciones mitineras sigan siendo igual de válidas y eficaces para las modernas redes de comunicación e Internet, no digamos escouldivo, digo televisión, donde se cumplen a rajatabla. Y lo perenne no siempre resulta estimulante, en realidad las elecciones me deprimen. Otro día hablaremos de Indignaos.

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