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El mundo como burbuja

Durante siglos, pensadores y políticos buscaron principios firmes y sólidos: la historia como una roca, el hombre como una esfera que se llenaba de contenidos que transmitía de generación en generación.

El mundo como burbuja
El mundo como burbuja

La institución más sólida y esférica de la historia occidental es la Iglesia católica, fundada sobre un principio pétreo: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Todo tenía voluntad de permanecer: desde el comunismo al Tercer Reich. Poco a poco el hombre ha entrado en una fase líquida y etérea. Todo cambia, nada permanece, para satisfacción del gran Heráclito, el filósofo del eterno retorno y del cambio permanente: no hay esencia sino una sucesión de transformaciones encadenándose unas con otras.

Todavía perviven algunas instituciones de la época de la solidez: el Partido Comunista chino, el capitalismo gracias a su capacidad de crecer con sus continuas crisis, la ultraderecha nacionalista… pero en épocas burbujeantes las instituciones que se pretenden pétreas suelen convertirse en su propia parodia. En épocas de incertidumbre resisten los viejos nacionalismos, aferrados a su particular roca, y por ahora el Partido Comunista chino, este último al precio de negarse a sí mismo a diario y de construir, bajo la férrea dirección del Partido, la exaltación del control social, del capitalismo y del consumismo. La única excepción son las religiones del Libro: en ellas todo sigue sólido, pétreo y esférico. El Dios único resiste como reliquia imperturbable de las épocas regidas por principios inamovibles, libros sagrados y revelados, valores inmutables. El fundamentalismo persiste en su carácter pétreo, Dios se resiste a ser una burbuja. Como dijo John Gray, es posible que el ateísmo sólo haya sido un paréntesis. Otros sectores, como el arte, ya son absolutamente burbujeantes y espumosos: un movimiento sucede a otro, las modas son el arte.

En este mundo hiperconectado nada puede aspirar a construir unos principios inamovibles que sirvan de pétrea referencia. Todo vale mientras mantenga cohesionados a quienes comparten una red. Un sistema es válido no porque aquello que lo cohesiona sea cierto o mejor que sus competidores, sino porque satisface a quienes temporalmente lo comparten. Los devotos de Proust no podrán convencer a los de Harry Potter de que su obra es mejor, y por más que se esfuercen los adeptos a Beethoven, los de Rosalía no se moverán de sus posiciones. Cada sistema es válido en tanto en cuanto permite la óptima conexión entre quienes forman parte de una red y comparten sus datos. En este nuevo mundo, siempre tendrá más seguidores un sistema superficial que otro profundo. Quizá por ello la política mundial ya está prácticamente en su totalidad en manos de botarates, y el arte es el botín de los especuladores.

Cada sistema compite con los demás, todos estallan en burbujeantes espumas que son reemplazadas por otras. Ninguno será abolido mientras complazca a sus seguidores y aporte valor a sus vidas y sentido a sus emociones. Todos los sistemas coexisten y se expanden conquistando nuevos seguidores hasta que, demasiado expandidos y dilatados, estallan. El riesgo consiste en crecer demasiado, en que las burbujas olviden que son efímeras y pretendan ser sólidas, pétreas, imperiales, lo que favorece su estallido. El segundo riesgo es ser invadidas por otras burbujas, que se apoderen de ellas y las reemplacen. Así han nacido todos los imperios, expandiéndose, y así han fallecido, replegándose o siendo invadidos por otros más poderosos y numerosos. Así hacen hoy las burbujas políticas, religiosas, artísticas, morales, para desesperación de los nostálgicos de la verdad con mayúsculas, de los principios inamovibles, de los feligreses de la piedra y de la esfera, alérgicos al devenir inconstante de las burbujas espumantes. En palabras de un pensador hoy poco citado, Karl Marx: «Todo lo sólido se desvanece en el aire».

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