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Acabo de celebrar mis bodas de oro como farmacéutica. Durante la celebración del 50 aniversario de mi promoción, a la que asistimos 160 personas, se comentó el proceso de beatificación de una de mis compañeras: María Antonia García García. Yo no sabía nada del caso y no salía de mi asombro. «¿Era monja?», pregunté, y la respuesta fue que era una mujer corriente. Yo insistía: «¿Nada de estigmas, flagelaciones con cilicios, bilocaciones?» Nada de eso: una mujer corriente casada, madre de siete hijos a los que cuidaba personalmente y, además, con su propia farmacia.

Casualmente, a los pocos días leo en la prensa la noticia de la beatificación en Vistalegre de Madrid de Guadalupe Ortiz de Landázuri, madrileña del barrio de Malasaña, primera persona laica de la Prelatura del Opus Dei en subir a los altares. Más de once mil personas de sesenta nacionalidades acudieron a Madrid para participar en la beatificación. Estudió Químicas siendo una de las cinco mujeres en una clase de setenta. Trabajó como profesora de Física y Química en el Liceo Francés, entre otros centros de enseñanza, y siempre destacó por su generosidad y entrega a los demás.

Viajó a México en 1950 para fundar una residencia universitaria dirigida por miembros del Opus Dei; el Colegio Montefalco para niñas y un Centro de Promoción Humana y Profesional para mujeres campesinas. Se contagió de paludismo y, una vez superada la enfermedad, regresó a Madrid y dio clases en la Escuela de Maestría Industrial, de la que llegó a ser subdirectora. En 1965 recibió el Premio Nacional Juan de la Cierva de Investigación.

Fallece en Pamplona de una patología cardiaca a los 59 años. Años después, se reparten estampas con su imagen en las iglesias. Un hombre que padece un carcinoma en el ojo derecho reza a Guadalupe y, milagrosamente, se cura sin pasar por el quirófano. Así se consigue el milagro necesario para canonizarla. Está enterrada en el Oratorio del Caballero de Gracia de Madrid.

Pero quien me ha sorprendido es María Antonia García García, alumna de la promoción 1969 de Farmacia y mi compañera en las mesas de prácticas. Casada, con siete hijos, cinco varones y dos hijas. Cuatro sacerdotes y un misionero. Las hijas dirigen actualmente la farmacia que fue de su madre.

Y me sorprende porque fue una mujer muy bella, que vivió su juventud como cualquier chica de su edad, sin emitir votos de pobreza ni de castidad, que bailaba, iba al cine, al teatro, de excursión, y ya casada y con hijos organizaba meriendas con partidas de futbolín en su casa que acababan celebrando la Eucaristía en el salón. Vivió un noviazgo normal, formó una familia, se dedicó a su farmacia volcándose con los que entraban buscando alivio para el cuerpo y el alma.

En tres años se le fueron cinco hijos de casa. Cuatro eran sacerdotes y uno misionero. Todos con carreras universitarias: ingenieros de caminos, industriales, arquitecto, farmacéutico... Quedaron en casa las dos hijas.

Un tumor maligno cerebral acabó con su vida cuando sólo tenía 52 años. Está enterrada en la cripta de la catedral de la Almudena de Madrid. Comienza el proceso de beatificación. Se requieren virtudes heroicas y un milagro. Se pide un fallecimiento con fama de santidad y que ésta sea constante y difundida. Se han editado estampas con oración en las que consta la finalidad de devoción privada de dicho impreso, y un libro para su divulgación. No hay milagro atribuido a la intercesión de María Antonia. El proceso de beatificación es largo y supongo que costoso. La espera no creo que desespere a la familia de María Antonia porque tienen su vida muy plena ocupándose de sus trabajos; las hijas, al igual que su madre, dirigen la farmacia y sus hogares. Y porque se lo toman con normalidad. Son personas corrientes, como lo era ella.

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