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Salvador Dalí, en uno de sus agudos escritos, reproduce un Picasso con los ojos desorbitados y la nariz desplazada y se pregunta: ¿de verdad es tan bueno? A continuación, reproduce una pintura de los academicistas franceses, nada menos que un Meissonier, uno de sus pintores favoritos, totalmente pasado de moda, y se pregunta: ¿de verdad es tan malo? Las cosas están cambiando, aunque no tanto como para que Meissonier reemplace en el favor del público y la crítica a Picasso, aunque en arte, como en todo, nunca se sabe.

Las vanguardias artísticas están agotadas, el público da la espalda a las exposiciones de arte contemporáneo y el Musée d'Orsay concede cada vez más espacio a simbolistas y academicistas. Gana terreno el arte contemporáneo neofigurativo, que en España tiene a Antonio López como referente obligado. Hay un cierto hartazgo de tanto Renoir, Manet, Monet, Degas, Van Gogh, reproducidos hasta la saciedad, convertidos en referencia canónica, en la nueva academia. La sobresaturación fatiga. El público anhela alguna novedad, otra cosa menos alabada y archisabida.
El consumidor del siglo XXI es caprichoso, exigente y un tanto displicente. Exige novedades, y gracias a las nuevas tecnologías se desvincula del canon impuesto por los críticos. Crea su propio canon: mi gusto contra el tuyo, es bueno lo que a mí me gusta. Y punto. Navega por donde le place, quiere hacer lo que se le antoja sin rendir cuentas a nadie y descubre que le gusta lo que muchas veces la crítica no bendice con su docto aplauso. Y por tanto prescinde de la crítica. Hay un cierto anarquismo en las nuevas tecnologías, que favorecen la vanidad, la comunicación y el exhibicionismo: éste soy y estoy haciendo esto porque me gusta. Vota a nuevos partidos políticos que sustituyen a los anquilosados partidos convencionales, grises y que producen hastío, se entusiasma con los nuevos líderes, aunque quizá por poco tiempo, disfruta con el arte que a él le complace, se construye su propio canon. En el mío tienen cada vez más cabida Odilon Redon, Gustave Moreau, Jean-Léon Gérôme, Henri Gervex, los prerrafaelitas, Van der Weyden, Alma-Tadema, Valloton y Bouguereau. Este último, muy representativo de las contradicciones morales del catolicismo y buen representante del sensualismo católico, experto en desnudos, vírgenes y martirios, tiene, con Ingres, el mayor número de carne desnuda femenina por metro cuadrado. Véase Les Oréades, su cuadro más desconcertante, con una pléyade de mujeres desnudas elevándose en el cielo en caprichosas posturas, contempladas por faunos de espaldas. Esa característica no le impidió pintar dos de las vírgenes más hermosas y serenas, ambas de toques bizantinos: la Virgen con los Ángeles, que se conserva en el Petit Palais de París, y la Virgen de la Consolación, con un bellísimo manto negro y una expresión a la vez serena y doliente, pintada en circunstancias familiares muy difíciles para el pintor, que había perdido recientemente a su hijo.
La Fundación Mapfre expone la sensual Virgen de la Consolación esta primavera, formando parte de la exposición «El canto del cisne», una recopilación de las mejores pinturas del salón academicista anterior a la insurgencia impresionista. Contemplo esos cuadros, todos ellos denostados hasta hace muy poco, ocultos en los almacenes de los museos, que casi se avergonzaban de haberlos adquirido hace tiempo, cuando esos pintores estaban de moda y alcanzaban altísimas cotizaciones; contemplo esos cuadros, algunos de los cuales rozan la perfección en su estilo, y me pregunto, con Dalí: ¿de verdad son tan malos? Y me respondo que son magníficos, y lo mismo parecen opinar los visitantes, algunos de ellos atónitos ante la belleza y el perfeccionismo de un estilo que les era desconocido y del que, si habían oído hablar, era en términos despectivos. ¿El canto del cisne o el resurgir del Ave Fénix? El tiempo lo dirá. Mientras, mejor admirarlos y disfrutarlos sin prejuicios.

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