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  • A propósito de José Félix Olalla

La sombra de León Felipe es alargada, su prometeica voz parece haber influido de forma decisiva en las opciones literarias farmacéuticas, así surge la poesía como género mayoritario de entre los tertulianos de rebotica, y así se suceden los excelentes poetas presidentes de AEFLA, la Asociación Española de Farmacéuticos de Letras y Artes: Federico Muelas, José M.ª Fernández Nieto y José Félix Olalla.

En la colección Pharma-ki, milagro sostenido por Pepe Vélez, se acaba de publicar el poemario antológico Nomenclátor (100 poemas), de nuestro compañero José Félix Olalla, persona relevante en el campo profesional y hombre ecuánime, lúcido y solidario, capaz de inspirar confianza en cuantas actividades procura, virtud infrecuente en este tiempo proceloso de volatilidad digital y «posverdad», neologismo por desgracia de inminente éxito. José Félix como poeta suspira los mismos afectos que como persona, otra extravagancia en la actualidad, y en su aliento, verso a verso, nos provoca a boca para otear en la fugaz eternidad de la infancia, los paisajes de la cotidianidad adulta y memorar realista y místicamente una madurez presentida. Asumido el acierto del título para una antología, repasemos lo literario del elenco desde los escudos de los guerreros griegos sitiadores de Ileon a las jaculatorias del Santísimo Rosario, y el poder evocativo de los números redondos, Nomenclátor y sus cien poemas se nos ofrecen como un caleidoscopio de geometría sensible, un catastro emotivo del que me gustaría destacar los tres vértices de un triángulo entre otras tantas posibles figuras, tantas como atentos lectores. Uno de cuando niño, paradoja de la enfermedad como territorio libre: «Era la fiebre entonces un lugar de refugio/un periodo de sueños al cuidado de la madre./Me perdía en un velero junto a la isla de Thule…». La fiebre diagnóstico en último verso suelto: «mañana el niño tampoco irá al colegio». Dos como emblema de otros tantos esfuerzos, los trabajos y los días, y un patético «recuerdo de los escritores fracasados» con rocambolesca cita evocación de Ory: «A veces escribo cosas tan hermosas que me horroriza saberme desconocido». Y concreta Olalla: «Mesa sus cabellos dispuestos en tormenta/pero no le permite el descanso;/no le lava del todo/las huellas dactilares/tomadas de los libros». Tres como ensueño de un ideal farmacéutico que quizá sólo fuese eso, ideal, versos ya inevitables e incluidos en El Herbario de Gutemberg: «Serán colocados por él con movimientos lentos/para no dejar impurezas en las mezclas/subordinando el conocimiento al servicio del arte/más allá de los límites que la ciencia declara./Hablo del boticario y de su estampa/a la luz opaca de los cristales viejos/fijamente sentado en el respaldo antiguo/con toda la sabiduría a ras de cuerpo./Hablo del boticario; blancas manos/rala barba y todo el orbe ardiendo en las redomas donde habita». A veces hay triángulos que cual mosqueteros suelen ser cuatro y en este caso el nomenclátor nos remite al cuarto ángulo, al poema «Mi padre dejó una carta cerrada», poema para leer a solas. El auténtico poeta bucea a solas y más olas hasta lo más abisal del océano del alma para preguntarse, ¿existe?; ignora la respuesta pero sabe que son más las posibilidades de existir cuando se verbaliza su inefabilidad y por eso escribe. Decía a propósito de José Félix Olalla, léanse su Nomenclátor (100 poemas) y no se alarmen cuando muchos de sus versos coincidan con sus pálpitos más íntimos.

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