Me sorprende no hayamos comentado, y sobre todo discutido, sobre estos ladrillos tan vitales, pero aún estamos a tiempo. No sé a tiempo de qué porque la biología molecular y los medios virtuales nos desbordan todas las mañanas. Hace más de un año se dio a conocer la noticia con el titular de «La revolución de la vida artificial». El padre del genoma humano, Craig Venter, logra crear la primera célula sintética con un genoma no biológico fabricado en su laboratorio y demuestra que se reproduce con normalidad (¿naturalidad?). «Estamos entrando en una nueva era científica limitada sólo por nuestra imaginación», dice Venter, y desde luego es un paso más hacia la inquietante (por terrorífica y esperanzadora) creación de vida artificial, una revolución científica y filosófica (¿metafísica?). El artilugio comenzó fabricando en el laboratorio la secuencia completa de ADN de la bacteria Mycoplasma mycoides e introduciéndola en una célula de otra especie no muy lejana, del Mycoplasma capricolum, previo vaciado de su genoma y de las enzimas que provocan rechazo. Tras varias rondas de reproducción no quedó ni un solo rasgo de la antigua especie, la receptora se había transformado en una especie diferente y Craig Venter en el primer fabricante de ladrillos vitales. Tómese la célula/ladrillo y con ella, uniéndola a otras como las piezas «lego» del juego infantil, construyamos el edificio de nuestros deseos. Como se dice en el País Vasco con esa villa en el campo: «Gure ametsa» (nuestro sueño). Los sueños de la razón son peligrosos porque ¿quién no ha soñado con sirenas y centauros? Lo que no tiene nombre no existe y estos ladrillos ya lo tienen, se llaman Synthia, un híbrido de Cynthia, nombre de mujer, y Synthetic, del adjetivo «sintético». Y este nombre nos remite a la película de Fritz Lang Metrópolis, en donde la mujer liberadora que guía la emancipación de los esclavos, María, es sustituida por su doble maligno y sintético, un robot también llamado María: en la intimidad Futura, Parodia y Engaño, según las circunstancias. En ciencia y ficción el futuro de la vida sintética pasa por una mujer fatal. Las implicaciones científicas, éticas y filosóficas que tienen estos ladrillos son infinitas y quizá nos obliguen a replantear el concepto de «vida» y de modo muy particular el de «vida humana». Si pudiéramos modificar el código genético humano, ¿deberíamos hacerlo? ¿hasta qué punto? ¿existe el gen del libre albedrío? ¿el fenotipo podría seguir influyendo en el genotipo? En sentido positivo las posibilidades terapéuticas son asombrosas y deseables, pero en sentido negativo lo de menos serían las armas biológicas de destrucción masiva, lo auténticamente siniestro sería la construcción de un hombre nuevo con noluntad, o sea sin voluntad, con una voluntad dirigida desde el exterior por el Gran Arquitecto. Ese sería el corazón de las tinieblas: el horror, es el horror. La fuerza de voluntad pasaría a ser pura arqueología moral; estamos lejos de ese punto, pero el camino para llegar a él no es mal tema de debate en una tertulia de rebotica. Ni en otra de robótica. De momento ya es posible la fecundación in vitro, existen transgénicos y clonaciones, y el ADN cada vez es más maleable. ¿Nuestro sueño es una pesadilla? ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas? No me resisto a plagiar al periodista Julio Miravalles a propósito de una tertulia así cuando recurre lúcida y poéticamente a la famosa frase del hombre sintético de Blade Runner, la película de Ridley Scott, una de mis películas de cabecera: «He visto cosas que no creeríais (...) He visto rayos C resplandecer en la oscuridad, cerca de la puerta de Tanhauser. Todos esos momentos maravillosos se perderán...» La primera vida artificial de los ladrillos Venter se orienta a producir biofuel, pero no puede ser más obvio que jugar con el mecano llevará a fabricar tejidos específicos, órganos... y quizá, después del séptimo día, hasta la puerta de Tanhauser, sea ésta lo que fuere y donde quiera que esté.
Ladrillos de otra crisis