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King Kong ha tomado la ciudad

Es sorprendente que ya en los años 70 Foucault anunciase que quedaban muy pocos espacios exteriores donde la medicina no se hubiera insertado para intervenir1. Me temo que si este hombre levantase la cabeza se sorprendería de los últimos acontecimientos.

King Kong ha tomado la ciudad
King Kong ha tomado la ciudad

Es tal el acoplamiento que hay entre todos estos agentes que inciden sobre nuestra salud (industria farmacéutica, Estado, universidades, revistas médicas, sistema sanitario...), que es como si una inmensa máquina cibernética fuese recorriendo las calles. Es una máquina que en primer lugar parametriza a los paseantes de los que extrae información biológica, fisioeléctrica y sintomática, aun sin disponer de permiso y a petición de nadie. Está en la calle haciendo screenings, midiendo la tensión arterial, tomando cifras de colesterol, desarrollando imágenes del tórax con rayos X, llevando a cabo mamografías, explorando ondas eléctricas en el corazón, y tomando muestras vaginales de virus. Cada vez le resulta más fácil encontrar paseantes que den positivo en su umbral (lo vamos a ver ahora), una alarma se enciende. Una pastilla se posa en la boca del paseante, que la ingiere porque un King Kong cibernético le ha dicho que si no se la toma su vida se acortará. A King Kong le desarrollan cada vez más su sensibilidad, cada vez tiene los ojos más penetrantes, por lo que detecta hasta microtumoraciones casi ya a un nivel celular, no hay estructura interna que le pueda pasar desapercibida.
Además, a King Kong le regulan el umbral cada cierto tiempo, porque hay demasiados paseantes que aun con todo no dan positivo a nada, y esto supone pérdida de clientes para sus ingenieros, que son sus padres, y a sus padres él los quiere mucho. King Kong después de todo es humano y la lealtad es el sentimiento que más embelesado le tiene. King Kong cuenta también con técnicas que emplea para asustar a los paseantes que sean tercos y acaben dejándose de tomar la pastilla, o salgan corriendo despavoridos. Por eso ha colocado altavoces por toda la ciudad magnificando los parámetros que mide, configurando un nuevo Olimpo de dioses modernos, todos temerosos. Está Colesterol, que anuncia muertes por obstrucción de arterias; Depresión, que induce a la gente a pensar seriamente en irse de este mundo (muchos porque no soportan a monstruos como King Kong); Bipolar, un dios desconocido hasta ahora, pero cuya furia ha crecido y amenaza con ser la nueva epidemia de nuestro tiempo. Todos hacen uso de los altavoces como trasmisores de pavor. King Kong, cuando hace parar a un paseante, y le muestra la pastilla, ya tiene casi todo el trabajo hecho. King Kong no duerme, aunque a veces está cansado y desde lo alto de los rascacielos mira a la ciudad, y en secreto, muy en el fondo de su alma cibernética, espera que un día uno de esos paseantes le descubra la belleza que nunca ha visto, pero de la que intuye su existencia. Puede que ese día ya no quiera ir más a la ciudad.
¿Parece exagerado? La verdad es que me he cuidado mucho de que no lo fuera...

1Foucault M. El nacimiento de la clínica: una arqueología de la mirada médica. Siglo XXI de España Editores; 2007. 320 p.

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