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Miremos esa persona anciana que llega a casa, después de un día de mucho ajetreo, su cabeza da vueltas, demasiadas cosas han ocurrido, suelta la bolsa de la farmacia en la mesita que hay junto al televisor, la abre, un conglomerado de frascos, cápsulas, comprimidos y jeringas invaden rápidamente el poco espacio libre que quedaba en esa mesa de reposo, unas manos texturizadas por el paso de los años, dedos poco afinados tratan de leer lo que una de esas cajas dice, temblorosamente tratan de organizar, por colores, sus dosis del día, un zumbido continúa enturbiando la claridad de su mente; como puede, este señor mide con la jeringa las rayitas de los mililitros, como puede contabiliza y fragmenta un comprimido diminuto, una ligera estela de polvo se dispersa por la revista que hay debajo de donde está realizando esta operación, lo barre de un soplido, como puede traga, como puede pincha la jeringa en su muslo, como puede hunde su fatiga en el sofá, se recuesta, trata de conciliar el sueño, a la hora de la cena, más.
Miremos a ese padre que le acaban de decir que tiene que darle a su hijo de cuatro años una cucharadita de un jarabe cada 12 horas durante años, y que teme el ya conocido conflicto de tener que pelear porque a su hijo le da asco el jarabe, y al final lo tienen que forzar, agarrarle las manos y meterle la cuchara por la fuerza en la boca, una vez, cada 12 horas, durante años, a este padre la información ya ni le importa, adopta la conducta como el que adopta una condena infligida por el destino, "tiene que ser así".
Miremos a la persona que le han dicho que tiene delirios, que no es normal lo que piensa ni lo que hace, que en realidad su pensamiento, sus acciones, su vida, están marcadas por una enfermedad mental, que él no es consciente de esto, pero que los especialistas lo tienen claro, que es crónico y que se tiene que tomar una medicación que en poco tiempo descubre que le ralentiza el pensamiento, que le bloquea su emoción, que le adormece y todo lo que sopesa este pesar inducido por los fármacos es un dictamen: "debes tomarlo, sin dejar una sola toma, una vez cada día durante años", como un axioma que pende del mármol esculpido por dioses especialistas. Un axioma invariable.
Pero ¿cómo?, ¿esto pasa?, ¿y les sucede a muchos? Bueno, entremos brevemente en los datos, a ver qué nos cuentan, escuchemos, por una vez y en nuestro propio lenguaje científico, lo que estas personas nos están diciendo.

Fase experimental
Empezamos por ver lo que nos dicen desde el principio, es decir, desde que se toman los fármacos en fase experimental, en los ensayos clínicos, aquí la terminología canónica les llama "abandonos". Todos los ensayos clínicos, ensayen el tipo de fármaco que ensayen, acaban teniendo abandonos, normal, o lo que les están dando no funciona, o les está afectando por eventos adversos, pues lo dejan y ya está, salen del ensayo. En los ensayos clínicos se registran grados de adherencia que van del 43% al 78% (Osterberg L, 2005), y eso en un contexto en el que hay un investigador que te dedica mucho más tiempo que lo que puede dedicarte un médico especialista, con multitud de controles para garantizar su seguridad, con un montón de pruebas que evalúan la eficacia del medicamento y con una sonrisa de oreja a oreja y un cuidado exhaustivo.
Aún así, hay ensayos que no consiguen ni el 50% de personas que no opten por abandonar su tratamiento. Pero puede ser incluso mucho más impactante, el otro día me leí una revisión sistemática -muy buena por cierto- que hacía referencia a un estudio que ensayaba aripiprazol en personas diagnosticadas de trastorno bipolar y en el que entraron 161 sujetos y acabaron 5 en el brazo placebo y 7 en el brazo de aripiprazol a lo largo de poco más de un año (Tsai AS, 2011). Creo que la contundencia de las voces que participan es estos estudios es bien clara, cada vez que leamos un estudio, por favor, miremos el número de abandonos porque es la voz predominante, en ocasiones mucho más legítima y válida que las variables de resultado que eligen los investigadores. Y digo más: si el estudio no dice cuántos han abandonado el tratamiento, tiremos el artículo directamente a la basura o empleémoslo para envolver el bocadillo, ya puede decir misa, pero no sigo por aquí, que nos dispersamos.
Bien, ¿y qué pasa luego? Pues muy fácil: el resto del –débil- sistema sanitario está diseñado para que todo el proceso que se inicia con un desequilibrio biológico y que debe terminar con el restablecimiento de ese equilibrio, y para ello el proceso farmacoterapéutico debe pasar por multitud de subprocesos, en lugar de eso, como digo, el sistema está diseñado para que todo acabe con una prescripción y con una dispensación de lo que está prescrito. Porque, cuando estas dos cosas se juntan, la caja de la industria emite el sonido que rige contundentemente todo lo demás. Así se acaba todo, y se nos pasa por alto todo lo demás: seguimiento farmacoterapéutico, análisis de percepciones y actitudes que tiene el paciente hacia su medicación, grado de educación sanitaria, adaptación de formas farmacéuticas y propiedades organolépticas a las preferencias del paciente, individualización de los tratamientos, participación activa de los pacientes en la toma de decisiones, medidas de resultado, escudriño de cualquier problema -por nimio que parezca- que le surja al paciente en su casa cuando abre la bolsa de la farmacia y un tumulto de medicamentos salen despavoridos de la bolsa. Nos saltamos todo esto. Y es mucho más grave de lo que nos imaginamos.

TecnoRemedios
Un medicamento es tecnología sanitaria. Tecnología, puede tener el mismo I+D y la misma inversión en ciencia que un robot, que un microprocesador de última generación, que una pieza de una nave intergaláctica. Un medicamento representa una esperanza: la sempiterna esperanza de sanar, es un remedio. Un medicamento es TecnoRemedios. Y estamos permitiendo que, sin libros de instrucciones (un mero prospecto), sin apoyo de nadie, muchas veces sin ningún dato que lo avale (usos fuera de indicaciones aprobadas), sin ningún tipo de conflicto moral, vendamos esta tecnología de una complejidad extrema a unas personas que luego la desparraman en la mesa y la tragan, la pinchan, la inhalan y la mezclan con su máquina biológica, y a nadie le interesa mirar cómo todo esto impacta en las vidas de estas personas, ni en si lo que hacen es mejorable o no, no le interesa a nadie porque el proceso sanitario se acaba con el sonido tímbrico de la caja registradora que no es sólo la de la farmacia, es la de la industria, la de los médicos, la de los gestores, la de las autoridades y la de todos los que estamos en este circo, salvo la de los pacientes, el sonido tintineante de los pacientes es muy diferente y suena a abandono: el mismo abandono que acaban ejerciendo cuando deciden que ya no se van a tomar más estos TecnoRemedios porque deciden que no les compensa. Pero no se lo van a decir al médico para que no les "eche la bronca", y con ello contribuyen a que la gallina siga poniendo sus huevos, nuevas recetas, nuevos comprimidos invadiendo mesas y botiquines.
La baja adherencia a los tratamientos (eufemismo de incumplimiento con un régimen farmacológico que es lo que en realidad es, porque es la única salida posible) es un problema de salud pública más importante que la polio –que está erradicada de Europa-. Los estudios demuestran que una baja adherencia está correlacionada con fracaso terapéutico, hospitalizaciones, aumento de mortalidad e incremento del gasto sanitario. Por el contrario un alto grado de adherencia es un factor predictivo positivo de resultados sanitarios óptimos. El grado de adherencia se correlaciona con algo que se ha denominado "creencias y percepciones sobre la medicación". Un estudio de 2009 profundiza en los factores que pueden llevar a abandonar la conducta de la toma de la medicación (Gatti ME, 2009), y observa que esta conducta no depende ni del estatus socioeconómico, ni del desempleo, ni siquiera del grado de educación sanitaria, depende de los siguientes pensamientos y creencias de la gente, escuchémoslos por una vez:
- "El tener que tomar medicamentos me preocupa".
- "En ocasiones me preocupan los efectos a largo plazo que pudieran tener los medicamentos que tomo".
- "Los medicamentos trastornan mi vida".
- "En ocasiones me asusta pensar que me estoy volviendo demasiado dependiente de mis medicamentos".
- "Los medicamentos que tomo me provocan efectos desagradables".
- "Los médicos me mandan demasiados medicamentos".
- "Los médicos le tienen una confianza desproporcionada a los medicamentos".
- "Si los médicos pasasen más tiempo hablando conmigo, me mandarían menos medicamentos".
Es decir, si una persona cuando llega a su casa con su bolsa de medicamentos y uno de estos pensamientos cruza su mente, aumenta la probabilidad de que abandone el tratamiento y, por consiguiente, aumenta la probabilidad de fracaso terapéutico, de hospitalizaciones y de morbi-mortalidad.
Dos discursos
Bien, a partir de ahí, hay dos discursos. Uno –que aunque no lo creáis proliferan en los medios científicos- culparles por pensar así e incluso si se trata de un enfermo mental, han llegado a plantear desde pagarles si se toman la medicación hasta obligarles judicialmente. No me invento nada, preguntad a Internet.
Otro discurso es el que la gente está esperando. Y los farmacéuticos podemos hacer oídos sordos, pero nos lo están pidiendo a nosotros también. Es el discurso que pasa por:
1. Preguntarse si llevan razón en alguna de las afirmaciones que piensan.
2. Si llevan razón, dársela y trabajar para rediseñar el tratamiento farmacológico de principio a fin, y esta vez, integrarlos en el proceso de toma de decisiones hasta el punto de que escojan ellos lo que ellos prefieren.
3. Educar y trabajar los pensamientos y creencias que son susceptibles de mejorar simplemente charlando y poniendo nuestros conocimientos a su servicio, limando creencias y sensaciones, siempre con humanidad.
4. Ser honestos con las limitaciones de la farmacología y, si alguien nos dice "es que no me lo tomo porque no me hace nada", estudiar el fenómeno, analizar la eficacia de los medicamentos con el que tiene esta sensación y, si una vez estudiado, vemos que lleva razón, dársela, y pactar soluciones.
5. La formulación magistral es una herramienta de individualización idónea también para personalizar tratamientos en función de las preferencias de los pacientes, sobre todo determinados colectivos.
6. Completar la atención farmacéutica hasta el último de los subprocesos farmacoterapéuticos, desde la optimización farmacoterapéutica en colaboración con médicos hasta la administración y manipulación que tiene lugar en los domicilios.
7. Acompañar a estas personas y enseñarles cómo manipular y cómo funciona la tecnología sanitaria que les hemos dado.
8. Contemplar el concepto TecnoRemedio en toda su dimensión.
Y seguro que se os ocurren más cosas. Os dejo pensando, sensibilizándoos, reflexionando, gente perdida, farmacéuticos buscan.

Trabajos citados
Tsai AS, R. N. (2011). Aripiprazol in the maintenance treatment of bipolar disorder: A critical review of the evidence and its dissemination into the scientific literature. Plos Medicine .
Gatti ME, J. K. (2009). Relationships between beliefs about medications and adherence. American Journal Health System Pharmacists , 657-64.
Osterberg L, B. T. (2005). Adherence to medication. New England Journal of Medicine , 487-97.

(Martínez Granados, F. Gente perdida busca farmacéutico. El Farmacéutico Joven, nº 5 Julio 2011, Ed. Mayo. Disponible en: www.elfarmacéuticojoven.es)

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