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Cuando el viento sopla

Decía un gran militar español: «Cuando el viento sopla en contra, no cabe esconderse en la trinchera: Hay que saber dar la cara al aire ¡Y vaya si se nota que escuece!»

Estamos en tiempos de trincheras, y la farmacia española se levanta cada mañana sobresaltada escuchando noticias de quiebras bancarias o déficit autonómicos, y recibiendo nuevos decretos; también preparando reuniones con nuestros bancos y proveedores para demostrarles –después de tantos años– que somos gente honesta y de fiar. Nos hacemos expertos en términos absurdos como «Precio más bajo», «Precio menor», «Precio de referencia», «Precio máximo financiable»...

Como decía este militar, «dando la cara al aire», abriendo nuestros negocios, atendiendo a nuestros pacientes-clientes, financiando con nuestro dinero el mantenimiento de la estructura sanitaria del país y haciendo mil malabarismos para poder continuar con nuestra vocación sanitaria.

Y además, no se sabe cómo, sacando tiempo para familia, amigos, colaboraciones o aficiones porque, como todo militar sabe, el tiempo pasa despacio en las trincheras, entre batalla y batalla, pero es fundamental para relajarse antes de entrar en combate y, cuando este llegue, rendir al máximo.

Las artes se convierten en una válvula de escape para muchos de nosotros, refugiándonos tras los pinceles y un lienzo, el objetivo de una cámara de fotos, o un simple folio en blanco; incluso arrancando notas melódicas a un instrumento, lo que no es un reto, sino un alivio; una demostración de que todavía se domina la situación.

Los aficionados a la lectura tenemos hoy una oferta de autores inigualable en cualquier otro momento de la historia. Rebusquemos entre esos viejos libros de la juventud para releerlos de nuevo y corroborar que el sabor de hace años, gracias a Dios o por desgracia, ya no es igual.

Podemos revisar también algunas adaptaciones cinematográficas de grandes obras, y para los boticarios aficionados al mundo de la botánica cabe sugerir, entre los libros de Jean M. Auel de la saga Los hijos de la tierra, la excepcional El clan del oso cavernario (donde Daryl Hannah borda el papel), en la que se refleja la descripción farmacológica de las terapias realizadas con plantas en la Prehistoria como parte del hilo argumental de la narración.

No nos resistamos a la moda de la novela histórica, tampoco a la de los vampiros atraídos por las cuatro entregas de la saga Crepúsculo, de Stephenie Meyer, cuya adaptación al cine es bastante buena. Detengámonos en Matilde Asensi desde sus comienzos con El salón de Ámbar, Iacobus o El último Catón, quizás algo reiterativa.

Mi mujer es una enamorada del estilo de Pérez-Reverte y de su Capitán Alatriste, pero es uno de los dos libros que he empezado y no he podido concluir. No conecté con esta saga, aunque en El maestro de esgrima me atrajese el autor. El otro título inacabado fue Los pilares de la tierra. ¡Lo que más me fastidió es que después pude ver la serie sobre el libro y he de reconocer que era buena!

Dentro de la novela de investigación, una autora favorita que es Pilar Urbano. Comencé leyendo Yo entré en el CESID, apasionante mundo de los espías españoles (¿cómo detener el tráfico en pleno centro de Madrid?), y he terminado con uno de sus primeros libros, Con la venia, yo investigué el 23-F, fantástico estudio en el que refleja con todo detalle el periodo que precedió al fallido golpe de Estado que consolidó la democracia en España y a Juan Carlos I como rey de todos los españoles. Tengo pendiente su nuevo libro, El precio del trono.

En fin, demos la cara al viento, pero no nos olvidemos de que solo se vive una vez, y que entre «batalla y batalla», una buena lectura puede hacernos más llevadero el camino.

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