Renovación

Las sobremesas de las comidas estivales, sobre todo las de las postrimerías de agosto, tienen algo de fronterizo. Las fronteras, las administrativas y las emocionales, aunque objetivamente no haya motivos para que influyan en el paisaje, siempre le imprimen un carácter misterioso. El misterio de lo desconocido y de lo ya vivido. La línea imperceptiblemente móvil entre los recuerdos y los deseos.

Renovación

En esas sobremesas envueltas de misterio, las conversaciones son desmesuradas. Se mueven en un baile intemporal, en un vaivén frenético entre el ayer y el mañana. La frontera tiene eso. A veces, por ejemplo, cuando debes escribir un editorial, en ese amasijo de ideas y de sensaciones aparece algo que puede servir de enlace entre el arroz caldoso regado con un vino de lledoner blanco, con el mostrador de la farmacia.

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En una de esas sobremesas, durante una de esas tardes alargadas por un atardecer repleto de morados y naranjas, la conversación se adentró por un meandro del pasado. Alguien, alguien del gremio, suspiró con la pausa adecuada a la digestión:

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«¡Aquellos días en que las vacaciones, los horarios y los precios estaban regulados! Eso sí que eran vacaciones de verdad. Cuando trabajabas, trabajabas, y cuando vacacionabas lo hacías con la farmacia cerrada a cal y canto, hasta el día en el que te tocaba abrir. Eso eran vacaciones de verdad.»

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Esas tardes de final de verano están impregnadas de una cierta melancolía, fronteriza con una incipiente decadencia, que a veces incluso puede ser tentadora. Lo único cierto es que los tiempos, los clientes, las tecnologías, la logística, los mercados, la economía, ya nada es como era y no tiene pinta de que vaya a volver. La melancolía, aunque sea provocada por una magnífica sobremesa, no es un sentimiento útil para afrontar las nuevas exigencias. Las viejas recetas ya no sirven. Excepto la del arroz caldoso, ésa sí.