
Manuel Machuca González
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Dice Rafael Chirbes que el hombre no es nada que no sea la conciencia que tiene de sí mismo, la que se fabrica a sí mismo. Si no sabes de qué estás compuesto –continúa el malogrado escritor valenciano– y de qué se compone lo que usas o lo que transformas con tu trabajo, no eres nada. Un mulo de carga.
Érase una vez un equipo de investigación referente en el mundo mundial en enfermedades cardiovasculares, con multitud de publicaciones científicas en revistas de la más alta indexación, que diseñó una nueva cirugía cardiaca que iba a revolucionar las intervenciones quirúrgicas en este órgano tan fundamental.
Cuando acababa la legislatura, la comisión de la competencia (CNMC) lanzó un informe en el que proponía la liberalización del sector farmacéutico, enésimo intento de romper con el modelo establecido hasta la fecha. Entre sus propuestas, estaban las habituales de vender medicamentos no sujetos a prescripción médica en los supermercados o en las gasolineras, extendiéndolas también, imagino, para no pecar de poco liberales, a cualquier tienda o colmado que se precie, y así no perjudicar a los pequeños comerciantes. Leído esto, la primera pregunta que me viene a la cabeza es: ¿y por qué no también los medicamentos sujetos a receta médica?
El año 2015 está siendo el más electoral en mucho tiempo. Andalucía, municipales y comunidades autónomas, Cataluña, elecciones generales… Son tiempos convulsos, y cuando escribo esto faltan unos días para que se celebren las elecciones catalanas y, frente a lo que se dilucida en dichos comicios, las propuestas de las futuras políticas farmacéuticas ni siquiera aparecen en el escenario electoral.
Desmedicalizar a los pacientes está de moda. Cada vez se cuestionan más tratamientos farmacológicos, y por muy diversos motivos. Así, a bote pronto, podría recordar la utilización crónica de omeprazol o de las benzodiacepinas, el papel de los bifosfonatos en la prevención de la osteoporosis, la administración de vacunas como las de la varicela o el papiloma humano, los suplementos de calcio, los antidepresivos en no pocas situaciones, las estatinas o el ácido acetilsalicílico en prevención primaria… No se trata de hacer una lista exhaustiva de medicamentos cuya utilidad y seguridad a largo plazo están en cuestión.
Durante varios años, la farmacia que dirigí estuvo acreditada por la universidad estadounidense de Minnesota como centro autorizado para realizar prácticas tuteladas. En ese tiempo recibí a dos alumnas, porque además de tener capacidad económica para viajar a España había que conocer el castellano para poder interactuar con mis pacientes.
Que el Estado garantice a sus ciudadanos el derecho a la salud es una muestra de su madurez como organización colectiva. Porque un Estado, como conformación política, incluya o no los sentimientos de patria o nación entre sus ciudadanos, si tiene sentido para éstos se debe a que juntos se consigue crecer como individuos, como personas, y a que existe igualdad de oportunidades para el pleno desarrollo de cada cual y nos sostiene en la enfermedad y en las dificultades de la vida.
Vivo la farmacia desde que fui engendrado. Ya en el vientre de mi madre subí y bajé escaleras cuando ella trataba de alcanzar los medicamentos que se almacenaban en aquellas estanterías de madera que llegaban casi hasta el techo. Me acostumbré desde entonces a los olores de la farmacia, a todos aquellos potingues y líquidos que se almacenaban en preciosos frascos de cristal que todavía conservamos, con la etiqueta ya amarilleada por el paso del tiempo.
Vende pañuelos de papel en una rotonda en las afueras de la ciudad. Allí lleva varios años buscándose la vida, haciendo lo que puede por sacar adelante a su mujer española y a su hija. Hace ocho años que llegó a España. Salió de Nigeria porque no había futuro. Un país rico en recursos naturales, aunque el gobierno esté sentado sobre ellos e impida que la riqueza se escape de sus tentáculos alargados.
A principios del año 2001 dos entusiastas profesores de la Universidad de Sevilla ya jubilados, Joaquín Herrera Carranza y María José Martín Calero, organizaron lo que fue el primer y único Congreso Universitario de Atención Farmacéutica hasta la fecha. Nadie desde entonces ha sido capaz de tomar el testigo de Sevilla como organizadora de un evento así.