Gatopardos seducidos por movimientos selváticos

En tiempos de oportunidad-evolución (que es otra forma de nombrar eso que pulula en todos los medios de comunicación, pero cambiando la connotación «pánico» por la connotación «evolución y oportunidad») caben muchos tipos de preguntas.

Algunas podríamos calificarlas de «gatopardianas» en referencia a la novela El Gatopardo, del escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, quien casi podría decirse que popularizó la frase «cambiar todo para que nada cambie», que simboliza la capacidad de los sicilianos para adaptarse a lo largo de la historia a los distintos pueblos que han gobernado esta hermosa isla, pero también la intención de la aristocracia de aceptar la revolución para poder perpetuarse. Creo que merece la pena que transcriba partes del diálogo, que dicen así:

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– «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.»

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– «¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado.»

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– «...una de esas batallas que se libran para que todo siga como está.»

Esta forma de pensamiento fue más tarde acogida por las ciencias políticas, refiriéndose como «gatopardista» al político reformista o revolucionario que cede o reforma una parte de las estructuras para conservar el todo sin que nada cambie realmente.

Es una forma de pensamiento convergente, operativo, casi podría decirse que es el tipo de pensamiento al que se tiende de forma «natural» cuando se está acomodado. Pero es un estado de pensamiento bajo el cual subyacen las formas del miedo. Y el miedo bloquea cualquier actitud creativa y, lo que es más grave, constituye un entierro vital.

Tengo un amigo muy brillante que tiene un blog, y hace pocos días escribió una entrada sobre las diferencias entre el pensamiento convergente y el divergente que creo nos puede ayudar en estos tiempos. Os recomiendo que la leáis: http://urchil.blogspot.com/2011/10/pensamiento-divergente-y-convergente-el.html. De todos modos, no me resisto a transcribir parte del texto:

«Así, el pensamiento divergente no se restringe a un plano único, sino que se mueve en planos múltiples y simultáneos. Se caracteriza por mirar desde diferentes perspectivas y encontrar más de una solución frente a un desafío o problema. Actúa removiendo supuestos, desarticulando esquemas, flexibilizando posiciones y produciendo nuevas conexiones. Es un pensamiento sin límites que explora y abre caminos frecuentemente hacia lo insólito y original. De esta manera, y en un sentido similar, Del Bono habla de pensamiento lateral orientado a la destrucción de esquemas, y a un conjunto de procesos para generar nuevas ideas mediante una estructuración perspicaz de los conceptos disponibles en la mente. Por su parte, Arthur Koestler señala que el término bisociación permite distinguir entre rutinas de pensamiento que se desarrollan en un solo plano y las modalidades creadoras que siempre operan en más de un plano. Es una forma de pensar que asume la percepción de una situación o acontecimiento en el contexto de una interconexión que previamente no existía.»

Creo que en este otro tipo de pensamiento lo que subyace es un estado del ser de entusiasmo exploratorio sin el cual no hubiésemos podido evolucionar ni biológica ni culturalmente a lo largo de los siglos. Es una actitud vital donde no hay atisbos de miedo, ya que éste sucumbe ante el potencial creativo.

Ésta es una revista escrita por jóvenes y, por tanto, creo que somos los portadores de este estado del ser en este momento en que los grandes medios de comunicación e instituciones implicadas en la negociación del cambio actúan y lo llenan todo de signos gatopardianos. Pero tenemos algo que es mucho más poderoso que una mesa de negociación, que la razón o que la jerarquía del poder: tenemos la capacidad de seducir.

¿Por qué cosa nos sentimos seducidos los farmacéuticos? Ésta es la pregunta que lanzo, y las preguntas tienen mucha más importancia de lo que se piensa. Porque de una pregunta siempre brota una ramificación de soluciones. Y hay preguntas-tronco de las que nacen diminutos bonsáis con un ramal de escasas bifurcaciones. Y hay preguntas de las que resurgen árboles de vastas ramificaciones. Y ambos (el tronco-pregunta y las ramificaciones-soluciones) están estrechamente ligados, de manera que no pueden salir muchas soluciones de determinadas preguntas.

De manera que el poder gatopardista nos lanza preguntas como ¿qué margen de beneficios negociamos por los medicamentos?, o ¿es mejor la sanidad pública o la privada?, o ¿liberalizamos el modelo de las farmacias o seguimos con el modelo mediterráneo? Y lo más grave de estas preguntas es que estamos utilizando apenas un 1% de nuestro potencial creativo, al hacer la danza del corro-de-la-patata en torno a un bonsái de diminuta ramificación de soluciones. Y ahí estamos todos en este circo, hablando, debatiendo, opinando, en un zulo intelectual cuyo resultado será «que cambie todo para que nada evolucione».

Cuando la pregunta que pienso debemos hacernos es ¿qué es lo que nos seduce como farmacéuticos? Y os invito a hacérosla, además, después de un viaje. Un viaje en el que trascendamos nuestra terminología farmacéutica –y para trascender algo hay que haberlo asimilado antes–, en el que exploremos aquellos cambios de paradigma que ya se han dado en otros campos del conocimiento pero que siguen sin producirse en sanidad, y exploremos el sistema sanitario como una globalidad en la que debemos ejercer un movimiento. Salgamos, en definitiva, de nuestro lenguaje «incestal». Y después de la jornada, pasemos una noche en el corazón de un recién nacido, o en el de un niño de cuatro años al que le vamos a dejar de herencia un mundo y, queramos o no, un sistema; y entonces, cuando el alba lo inunde todo de un color transparente, rescatemos la pregunta ¿por qué cosa estamos seducidos?, y contemplemos atónitos cómo resurge con fuerza un inmenso tronco de infinitas y prodigiosas ramas: ésas son las soluciones.

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