Es una costumbre muy habitual de los que atesoran experiencia, muy útil por otra parte, aconsejar la conveniencia de mirar por donde se pisa.
Hay números mágicos. Esos a los que te refieres cuando quieres ahorrar palabras, cuando quieres simplificar una idea. Tres es un número de esos.
El fin de semana pasado comimos con unos amigos en un pequeño restaurante del barrio de Gracia de Barcelona. Un restaurante sencillo de ambiente familiar, un restaurante de menú, pero de menú de verdad, de esos en los que aún puedes comer un plato de verdura como los de casa.
La etapa final de la primavera va a ser movidita. Movidita en el buen sentido de la palabra, aquel significado de la palabra que contiene la fuerza de los que quieren avanzar para mejorar. Aunque algunos, los que sean, se marean sólo con pensar que alguna cosa pueda variar de sitio, y aunque esos adalides del dontancredismo tienen todo el derecho de presentar los buenos resultados que hasta ahora ha proporcionado esa actitud delante de los distintos retos, la realidad es muy tozuda. Cada vez es más difícil creer que las recetas hasta ahora exitosas lo van a continuar siendo. Ni es creíble pensar que el sector va a ser ajeno a las presiones liberalizadoras y a los recortes presupuestarios. Algunos, los que sean, pueden continuar enterrando la cabeza en el suelo, pero no sé de ningún avestruz que haya sobrevivido al ataque de un león hambriento utilizando ese ancestral método.
Hablar de uno mismo puede parecer sencillo. Es lo que más cerca tiene uno, y por esa razón, la de la proximidad, puede parecer que es el tema más fácil de tratar. No es así. Hablar de lo próximo nos provoca mucho más vértigo que hacerlo de lo lejano, porque nos falta ese espacio que sirve para enfriar los sentimientos, esa perspectiva que nos permite hablar con la certeza de que no nos engañamos a nosotros mismos.
«Tiempo de cambio, tiempo de reflexión, tiempo de tribulaciones, tiempo de crisis... todas ellas son expresiones utilizadas a menudo, y en estos tiempos –¡otra vez!– que nos han tocado en suerte, lo son aún más si cabe. Sin embargo, si nos detenemos a pensar un poco en ellas, coincidiremos en que a lo que nos referimos esencialmente cuando las utilizamos es, sobre todo, al objeto de ese tiempo. El sujeto tiempo es demasiado escurridizo, demasiado difícil de definir. Es una de esas palabras incómodas porque pretenden abarcar tanto que a menudo se nos quedan pequeñas. Es de esas palabras que están más cómodas en un pensamiento filosófico que en una ecuación de física.
«Receta electrónica. La revolución pendiente» fue el tema abordado por Josep Manuel Picas, presidente de la European Association of Healthcare IT Managers (HITM), y Francesc Pla, vicepresidente del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Barcelona. Ambos ponentes hicieron un balance sobre la implantación de la prescripción electrónica en el que se destacó que es «un primer paso» para un nuevo modelo asistencial.
Un estudio realizado hace 15 años y que he releído estas semanas utiliza la metáfora de la «plataforma ardiente». En ese cuento los trabajadores de una plataforma petrolífera situada en un océano frío y alejado de la civilización han de tomar una grave decisión para afrontar un incendio imposible de controlar; el debate entre los que piensan que es mejor esperar el rescate y los que creen que lo que debe hacerse es iniciar un abandono de ésta y afrontar la incertidumbre de una travesía por las gélidas aguas sólo se decanta por esta arriesgada opción cuando se empiezan a chamuscar los pantalones.
Está bien visto utilizar la expresión «El tamaño no importa». Una expresión que intenta reivindicar virtudes menos evidentes que la dimensión, pero supuestamente mejores; y que, en cierto modo, tiene puntos de contacto con la más famosa de las pronunciadas por el barón de Coubertain: «Lo importante es participar». Ambas las hemos escuchado muy a menudo y en multitud de situaciones. Lo más habitual en estos casos es considerar su utilización como una muestra de elegancia, deportividad e incluso de generosidad y grandeza de espíritu. Aunque, si nos paramos a pensar con un cierto detenimiento, nos daremos cuenta que, sobre todo, las utilizan, impulsados posiblemente por un cierto sentido olímpico, los que son grandes y los que siempre ganan. Esta circunstancia me hace sospechar que, en el fondo, los que se llenan la boca con ellas están imbuidos de una falsa modestia mal disimulada.
A medida que van transcurriendo los días, y que poco a poco se va llenando la mochila de los años vividos, la forma en que vemos las cosas va cambiando –generalmente; no quisiera pontificar– y, especialmente, también va cambiando la percepción del pasado. He detectado –aunque no quisiera generalizar una sensación que puede ser estrictamente particular– una acentuación de la benevolencia en el juicio de los tiempos pasados. No sé si se trata de un incremento de la nostalgia causada por la felicidad acumulada o por la intensidad del temor que poco a poco va apoderándose de uno, cuando empieza a darse cuenta que el camino recorrido ya es más largo que el que es capaz de vislumbrar y parece más rentable contar lo acumulado que ilusionarse por lo que aún puedes llegar a ganar.