Como habrán intuido por el título hoy voy a llevarles a Checoslovaquia. Entiendo que esto les puede sonar un tanto antiguo y es normal porque Checoslovaquia ya no existe; huele un poco al típico Trivial Pursuit viejo que hay en (casi) todas las casas en el que la respuesta a la pregunta acerca de quién es el entrenador de la Selección española de fútbol sigue siendo Miguel Muñoz (siento la cuña publicitaria a tan célebre juego de mesa, pero la historia de hoy me vino por este monólogo de Joaquín Reyes).
Tengo un pequeño guion redactado que voy modificando conforme pasan los meses, en el que tengo escritos los temas que quiero contarles. Por supuesto que muchas veces los acontecimientos van marcando el artículo mensual y otras tantas no sigo el orden que marqué en un principio (que por otro lado no era un orden determinado) y salto al tema que más me seduce en el momento.
Es posible que esto les pille ya a muchos de ustedes en la playa o recién salidos de ese invento, cuanto menos extraño, que son las recuperaciones de julio, que de un solo plumazo acaban con las alegrías post exámenes de junio y con lo más bonito que tenía la Universidad, que era la convocatoria de septiembre, donde, como en los peores sitios y a las peores horas, siempre estaba la mejor gente.
Les confieso que esta vez me ha costado elegir a qué lugar llevarles. No se asusten (o asústense), me queda cuerda para rato, pero trato siempre de buscar algo que prenda la mecha, un porqué, que esta vez me costó encontrar hasta que caí en que esta semana (la que empecé a escribir) se conmemoraban los 40 años de la Revolución de los Claveles, que es una excusa como otra cualquiera para visitar a nuestros vecinos ibéricos (realmente no es otra cualquiera, porque siempre que hay gente en las calles hemos viajado hasta donde tocara, ya fuesen las protestas turcas o este tufillo a pollo mundial que viene desde Ucrania; no lo podemos evitar, somos amigos de la revuelta). En cualquier caso, antes del viaje vamos a hablar de las flores, porque es una historia no sé si mejor que el Erasmus, pero por lo menos igual de buena y, de momento, bastante más trascendente, no me duelen prendas en reconocerlo.
Cualquier excusa es buena para tratar de conseguir una beca Erasmus; tanto si se es un estudiante excepcional que quiere mejorar su currículum y trabajar en las universidades más punteras en tal o cual campo, como si se es un estudiante menos brillante y se cree todavía que irse a Italia garantiza el aprobado con desfile militar y salves marineras. Valen excusas de tipo idiomático, desde mejorar el inglés, hasta adquirir un nuevo idioma que nos pueda ser útil en nuestra vida profesional (en nuestro campo despunta mucho el portugués, por ejemplo).