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  • La atención farmacéutica es contracultura

Cuando salgan a la luz estas líneas, un nuevo Congreso Nacional de Atención Farmacéutica estará próximo a comenzar. Siete ediciones ya, 12 años desde aquel multitudinario evento que organizó la Fundación Pharmaceutical Care España en el entonces recién estrenado Kursaal de San Sebastián. Un congreso prestigioso que ha trascendido las fronteras españolas.

Once años de ilusiones, de buenas palabras, de proyectos... y, sobre todo, de sueños. Quizás ese sea uno de los problemas de la atención farmacéutica en nuestro país, que todavía permanece en la escala de sueño, ese estado vaporoso bienintencionado que conecta perfectamente con eso tan hispánico de luchar contra los elementos, con tanto espíritu como poca estrategia, que nos ha llevado, de forma indefectible, a esa posición histórica tan nuestra de haber sido pioneros en algo en lo que otros se llevarán la gloria. Si alguna vez alguno de nuestros historiadores de la farmacia se adentrase en el mundo de la atención farmacéutica, seguro que encontraría no pocas semejanzas con muchos de los episodios que han jalonado nuestra historia, con tanta derrota hermosa y tanto héroe cobardemente arrojado a la heroicidad como única salida, y que al final solo ha servido para dar nombre a calles o plazas, o todo lo más para encargarle alguna estatua, adornada con alguna frase célebre que probablemente nunca dijo.

Como decía, la atención farmacéutica, después de tantos años, continúa su camino de somnolencia. Quienes la lideran siguen siendo los mismos, quienes organizan cursos, proyectos o estrategias (¿?) son los mismos, y quienes se rasgan las vestiduras ante lo que puede venir (¿o ha venido ya?) también continúan siendo los del principio. Algo que no se explica, si no es por la falta de interés de una buena parte de la profesión en este campo, y por la ausencia de interés también de la otra parte, que se resiste a salir del sueño, que no compromete.

Unos y otros han entendido la atención farmacéutica en clave exclusivamente endogámica, y sus pensamientos se limitan a discurrir si son convenientes o no tales o cuales cambios, si esto puede significar algún salto al vacío (qué no es un salto al vacío para quien se gana la vida en función de un margen comercial), o si esto supone la fractura de nuestra unión (¿?).

Lo que la mayoría de nuestros próceres se niegan a asumir es que la atención farmacéutica es contracultura, como dice mi admirada farmacéutica brasileña Djenane Ramalho de Oliveira. Es contracultura porque no está en la tradición de nuestra profesión ir más allá de la entrega del medicamento. Como farmacéuticos nos implicamos en el diseño, en la fabricación y en la dispensación. Luego, la historia ha ido estrechándonos el espacio por la izquierda, y nos ha ido dejando la dispensación nada más. Y esta parte también se discute, porque por un lado la información crece a un ritmo vertiginoso con las nuevas tecnologías, y la eficiencia como operadores logísticos también nos está poniendo en entredicho.

Sin embargo, queda un campo amplísimo en el ámbito de los medicamentos (optimizar los resultados de los mismos en pacientes crónicos y polimedicados) que nos resistimos a asumir, porque entra en el tenebroso mundo de lo clínico, en el que el médico era el único profesional que lo habitaba, y al que hoy hay que ayudar por lo complejo que se ha vuelto su espacio. Un espacio que genera muchísimo dolor a los pacientes y un gasto enorme a la sociedad. Evitable.

Ojalá que este nuevo Congreso no sea para quienes vayan a la prolongación de un sueño, ni para los organizadores un «aceitunita dentro, huesecito fuera», y que de verdad sirva para despertar a quienes piensen que ya es hora de levantarse.

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