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  • A propósito de Hopper

Puede que mi pintor «encubierto» favorito sea Edward Hopper (1882-1967). En cubierta o portada la reproducción de alguno de sus cuadros. El magnetismo de su equívoco realismo me fascina y en su día elegí para la portada de mi Copenhague no existe, para su edición de bolsillo, un fragmento de su Las once de la mañana. 

Desolado cuarto de estar, viejo butacón confortable, la mujer desnuda mira a través de la ventana abierta y en ese enigmático mirar se sustancia todo el poder pictórico de Hopper. Habló poco, escribió menos y nunca cambió de mujer, su mujer es la modelo de todos sus cuadros. Sus más importantes cuadros, hoy, en la magnífica retrospectiva del Thyssen-Bornemisza. Todos menos, vaya por Dios, el más «encubierto» del mundo occidental. Falta Nighthawks, literalmente «halcones nocturnos» y «noctámbulos» en su título en español. Bastó ese lienzo para fundar una mitología. Cuatro noctámbulos bajo la cruda luz de los neones de un bar del Greenwich. Los expertos y Álvaro Bermejo dicen que representa la mayor expresión del pesimismo estadounidense, pongamos the dark side of de american psyche, su lado oscuro, y es su capacidad de concatenaciones «encubiertas» lo que me fascina. Hopper se inspiró para pintarlo en el relato Los asesinos, de Ernest Hemingway, y Robert Siodmak se inspiró en relato y cuadro para rodar sus Forajidos. La fuerza del ámbito que proporcionan los colores planos, y la gélida luz que los entenebrece, hizo que Ridley Scott, durante todo el rodaje de Blade Runner, llevase en el bolsillo una foto del cuadro noctámbulo para insistir en el ámbito que deseaba para cada secuencia de su película. Se cuentan por centenas los ámbitos de Hopper que se han reproducido de una u otra forma, del póster a la película, y es tan extraña fuente de vitalidad lo que me fascina. La imagen que casi todo el mundo ha visto, aunque desconozca su procedencia, es la siniestra mansión de Psicosis, de Alfred Hitchcok, ese tejado abuhardillado a lo segundo imperio, que no es más que la hopperiana Casa junto a la vía del tren. Realista no de la anécdota sino del silencio, de la mirada de quien aguarda en silencio. Una tensión extrema en sus desoladas habitaciones. La que salta entre la idea de estar de paso y la voluntad de quedarnos, de permanecer en ese «no lugar» (siempre se supone hotel o pensión) que sugiere la última estación de un tren a la deriva. Cedo parte de esa mirada de voyeur a la reflexión moral de Bermejo. El mundo sigue haciendo girar desgracias a nuestro alrededor y nada espera de nosotros, devolvámosle su indiferencia con un gesto de desdén ante el desfile de sus banderas de la infamia. La impasibilidad de los personajes de Hopper encierra una lección moral: ¿Quién habla de victorias?, lo importante es sobrevivir. Lo soportaremos todo sin más amarres que el de una taza de café y un cigarrillo, parecen decir los personajes de Nighthawks, desplazados noctívagos y nocherniegos. Nuestro lugar es esta esquina al borde del vacío donde triunfos y derrotas quedan atrás. Y toda mi historia cabe en una pincelada, añaden, suponiendo a alguien con ganas de pintar algo así. No fue surrealista, no fue abstracto, no fue nunca sublime y muchos críticos se irritaron por esa insistencia en detalles aparentemente accesorios. A Edward Hopper puede discutírsele su cualidad de pintor, pero lo que está fuera de toda duda, a pesar de que habló poco y escribió menos, es su condición de máximo narrador norteamericano del siglo XX. Algo así.

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