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¿Por qué los servicios de atención farmacéutica siguen refiriéndose al «paciente»?

¿Por qué los servicios de atención farmacéutica siguen refiriéndose al «paciente»?
¿Por qué los servicios de atención farmacéutica siguen refiriéndose al «paciente»?

Los servicios sanitarios y sociales están en pleno cambio de paradigma. Los factores que gestan estos cambios son los desafíos que la sociedad y el sistema sanitario presentan en la actualidad, y que, de no hacer nada, el futuro puede engullir hasta su aniquilación total. La atención farmacéutica, como servicio sanitario, debe reorientarse también en función de estos mismos retos, es una cuestión de lógica evolutiva.

Paso a enumerar algunos de estos factores, tomando de punto de partida la definición del término «paciente» del diccionario, y veremos cómo de esta definición surgirán elementos, como si de ingredientes culinarios en un caldo se trataran. Echemos a la olla los siguientes materiales conceptuales, el fuego ya está encendido y el caldo en ebullición. El dinamismo es intrínseco al proceso, imposible no aceptar que van a haber cambios, reacciones, productos. Al acabar, póngase un mantel de cuadros, sírvase un plato bien rico, y por favor, no utilice tablets ni televisión mientras come, que si no se le puede bloquear cualquier oportunidad para la inspiración, la creatividad y la conciencia. Después de la indicada siesta y digestión dócil pero productiva, mírese las ganas que le quedan de seguir empleando el término «paciente» a la hora de hablar de cualquier servicio que el farmacéutico pueda ofrecer, y por su puesto si le quedan ganas, coméntelo al final de este artículo, que para eso está, para inducir al diálogo y a una construcción colectiva de nuestro futuro, es decir, participe de esta construcción y ¡que aproveche!
Definición de «paciente» según el diccionario de mi estantería, que abro por la página 751: «Enfermo que está sometido a tratamiento médico».
«Sometido». Es decir, se espera una actitud de sometimiento por parte de la persona que tenemos delante, y que queremos reducir a un objeto de intervenciones sanitarias. Bajo este prisma, no caben los atisbos de expresión que ese objeto nos pueda ofrecer (los objetos no hablan), y mucho menos nos concierne si esa persona quiere saber, conocer o participar en las decisiones que nosotros, los profesionales, tomamos por él o ella, porque se trata (volvemos a la definición) de que ellos se sometan a nuestro conocimiento farmacológico y médico. El que sabe somos nosotros, él/ella no, por tanto el que puede somos nosotros, no él/ella. Es decir, el conocimiento como instrumento de poder. Foucault, filósofo francés al que nos hemos referido en varias ocasiones, ya nos advirtió de que en las sociedades modernas-democráticas, el poder no se ejerce sólo con las armas (método demasiado evidente para el sofisticado siglo XXI), sino con otros instrumentos más insidiosos. Una de estas herramientas: el conocimiento. En el plano sanitario: el conocimiento bio-médico. Puede parecer que estoy exagerando, pero la experiencia empírica de muchísimas personas (me incluyo) ha sido esta cuando hemos pisado un centro de salud, un hospital o una oficina de farmacia. Hay uno que tiene el poder (porque sabe), y la única actitud posible que yo puedo adoptar es que yo me someta (porque no sé). Afortunadamente, he acabado encontrando médicos (que empieza a haberlos o que nunca han dejado de existir) que han visto que yo, por ahí, no.
También me he topado en mi experiencia clínica con farmacéuticos/as, dentistas, profesores, periodistas, etc., que adoptan la misma dinámica con las mismas herramientas (dictatoriales). Yo mismo, cuando trabajaba en el hospital caía en estas dinámicas sin darme cuenta, otorgándome el derecho a decirles a los «pacientes» lo que tenían que hacer.
Pero volvamos a la definición de «paciente». Vemos otra palabra clave: «enfermo». Es decir, una mujer pariendo es una enferma. Un niño con vegetaciones es un enfermo. Una mujer que atraviesa una menopausia es una enferma, un niño cuyas capacidades sean bailar y moverse mucho, estar en la acción y en el arte físico, pero que no soporta estar sentado aguantando el tostón que su profesor le está soltando, tiene cada vez más opciones de ser un enfermo (para ser exactos Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, una entidad clínica cuyo diagnóstico ha crecido de forma desorbitante en las últimas décadas), un hombre que ha perdido a un ser querido y la pena no le permite funcionar bien en el trabajo, es un enfermo; por supuesto, todos los mayores de 70 años son enfermos. Y por consiguiente, como son enfermos, tienen TODOS que tomar «tratamientos médicos». Ustedes dirán: «No hombre, no, no exageres». Y yo les digo: tengo experiencia directa con todos y cada uno de los ejemplos que he puesto y a todos ellos les han tratado como «pacientes»; es decir, «enfermos», en «sometimiento» de «tratamientos médicos», como muy bien han definido los señores de la Real Academia de la Lengua, y a TODOS les han dicho que tienen que tomar oxitocina para el parto, adenoidectomía al niño con vegetaciones, tratamiento hormonal sustitutivo y bifosfonatos a la mujer con menopausia, psicoestimulantes a los Billy Elliot que se aburren en las aulas, antidepresivos a los que les da pena que se mueran sus seres queridos y a los mayores de 70 años, esos ya, polimedicación.
¿Controvertido? Puede que sí. Tengo estudios, revisiones Cochrane y demás pruebas científicas para refutar estos ejemplos, pero aún obviando estas evidencias, no me podrán negar que si aceptamos que estos casos son controvertidos, como mínimo no debemos ser tratados como «pacientes» (enfermos en sometimiento de tratamientos), concédanme el beneficio de la duda, la oportunidad para el diálogo, la capacidad para pensar y para tomar decisiones, concédanme la dádiva de la corresponsabilidad, alíviense de su rol de dioses o padres, y véanme, como un ciudadano.
Ciudadano, con todos los derechos políticos, civiles y sociales que Aristóteles, en su libro III Sobre la Política, abordó y que puede resumirse como «aquel que participa de manera estable en el poder de decisión colectiva». O si lo prefieren, llámenme persona, cuya definición (página 789) es: 1. Individuo de la especie humana; 2. Individuo de la especie humana sensato y prudente; 3. Individuo de la especie humana con derechos y obligaciones. 4. Padre, Hijo y Espíritu Santo (la Trinidad).
Por tanto, y a modo de conclusión, no me parece que los servicios de atención farmacéutica deban dirigirse a pacientes, sino a ciudadanos o a personas, y las herramientas que empleemos no pueden ser unidireccionales, ni instrumentos de poder. Mucho más crítico me muestro con algunas expresiones que oigo en foros de farmacéuticos, al referirse a «mis pacientes». «Su Trinidad» me gusta más y me resulta menos extravagante.
Un saludo, queridérrimos lectores. Lectores-Trinidad: si no están de acuerdo, dejen sus comentarios.

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