Cuando lo leas todo habrá pasado, está en la naturaleza del tiempo y para el escritor el paso de los años es un hacerse habitual en los obituarios, cada vez son más los amigos que le dicen adiós. Es un sentirse el último de la fila: la poderosa fuerza evocativa del elenco. 

Habrá pasado la presentación del libro póstumo de nuestro entrañable colega Juan Pedro Iturralde, Luna creciente (la creación de la sociedad en Al-Ándalus) en la cuasi heroica colección Pharma-ki. Se ha ido a una edad en que tan fatal desenlace resulta injusto e intolerable. Habrá pasado la asociación de ideas en que ahora estoy inmerso: de Juan Pedro, secretario de la Asociación Española de Farmacéuticos de Letras y Artes, a José María Fernández Nieto en su día presidente de la misma, que se nos fue no hace tanto aunque nonagenario. Elencos y retahílas que en literatura quizá se inicien con la descripción de los escudos de los guerreros griegos sitiadores de Ilión. Que se continúa en continuas descripciones de los onerosos tramos de la vida, de esperanza para los prenacidos, de ternura para los ya nacidos, de hiperactividad para la niñez, de conatos de ambición para la juventud, de supuesta serenidad para los adultos, de pautada resignación en la senilidad, de aceptación, qué remedio, para cuando la dama de negro viene con las arras para esponsales de eternidad. Que puedo continuarla en la dedicatoria con que José María me regaló su último poemario de título ¡Sí!, obstinada afirmación: «Aún vivo, guerra garrido; aún vivo pero jodido». Que se enlaza con una fecha. En 1974, por iniciativa de Ernesto Marcos Cañizares, por entonces presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos, se creó una asociación de boticarios con buen ánimo hacia las artes y las letras, en ellas más aficionados o profesionales, en un acto fundacional al que asistieron: Ginés de Albareda, Lorenzo Andreo, Enrique Azpeitia, Francisco Etcheverri, J.M. Fernández Nieto, Leonardo Gutiérrez Colomer, Federico Muelas, Rafael Palma, Carlos Pérez-Accino, Pedro Malo, José Luis Urreiztieta y quien ahora escribe de memoria. La presidencia de la recién creada asociación, desde entonces conocida como AEFLA (peor hubiera sido el acrónimo LA FEA, comentó Rafael Palma), recayó en Federico Muelas que así, de afortunado rebote, pudo dirigir la revista Pliegos de Rebotica con la que tanto había soñado en su tertulia: con independencia de su contenido un título encantador. Este elenco, pura nómina, es viva estampa del paso del tiempo; apenas hace unos días, en cualquier mesa de edad, uno estaba allí por ser el más joven y ahora está por ser el más viejo. De toda esa nómina todos se han ido menos dos, el otro es Lorenzo Andreo, que desaparecido en combates varios nadie sabe nada de él. Dicen pero no concretan que se refugia en su pueblo, Alhama de Murcia. Villancicos en retahíla, desde los clásicos de Muelas a los castizos «para zambombas y transistor» de Fernández Nieto. Capítulos de la historia que solo para el historiador no son nostalgia.

También habrá pasado la anécdota que ahora memoro. En un Starbucks Coffe con un joven ejecutivo, el tipo con una de esas pulseritas neohippies que gastan los neocons, va y despliega sobre la mesa un fastuoso arsenal de artefactos electrónicos y todo para corregir unas pruebas. Empuña un letal smartphone y ante mi cara de asombro (supongo) me dice: «Colega, usted no está hecho para el mundo smart, déjelo a mi cuenta». Me horripila su frikismo digital y sonrío, me lo estaba imaginando con zambomba y transistor. Cuando acabe Luna creciente lo comentamos en otra tertulia más alegre.

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