Cuando pintan bastos, es una buena idea desviar la atención hacia noticias irrelevantes. Se calcula que, de pillar un otoño frío, millones de mariposas monarca sucumben bajo las heladas en su migración de Canadá a México. Forman una alfombra de considerables proporciones. No obstante, la magnitud de esta masacre ecológica apenas ocupa media columna en los periódicos americanos.

Durante la travesía bajo la helada de los impagos, han fallecido por congelación un puñado de farmacias de la Comunidad Valenciana, fecunda en corrupción y despilfarros y, hoy por hoy, con el aliento del colapso financiero en el cogote. Sin llegar a congelarse, bastantes han rozado el abismo con expedientes de regulación de empleo, deudas bancarias, concursos de acreedores y otros purgatorios financieros. La opinión pública ha hecho el mismo caso que los americanos a las mariposas monarca, ya que nadie discute que, de cada dos millonarios que van por la calle, uno es farmacéutico.
La actitud de los gestores colegiales ante tímidos atisbos de sublevación podría calificarse como de muro de contención. Un extraño virus ha anulado nuestra otrora legendaria rebeldía. Dos huelgas de minúscula eficacia y, eso sí, muchas palabras y reuniones. Los farmacéuticos anónimos han permanecido como boxeadores noqueados en la esquina del cuadrilátero: la guardia y la autoestima caídas, el rostro tumefacto a la espera del siguiente gancho...
Ha llegado dinero, sí, pero como lluvia de sardinas, diezmado por rigurosos intereses sobre pólizas de crédito y sin un céntimo de más por los de demora. No hay datos sobre lo que sucederá en el futuro ni posibilidad de predecirlo a partir de informaciones sólidas. Vaticinar en España acerca del dinero público resulta empeño inútil, perversión melancólica.
Sobre lo que uno sí puede aventurarse es sobre lo que podría suceder de darse otro periodo de terror. Si se diese con la misma virulencia, acaso sólo las pocas farmacias de elevada venta libre sobrevivirían mejor o peor. Las de segunda división se verían abocadas a la mendicidad. Las regionales, sin barricada ni coraza, sucumbirían como las monarca y, con suerte, los propietarios pasarían a realquilados una vez cazados por la banca.
El boticario aficionado a los momentos históricos que abra los ojos y se prepare para ser testigo de excepción. Lo que puede caernos encima no es una escaramuza de fogueo. Bajo tramposos argumentos a rebufo de la crisis, las élites financieras presionarán a la casta política subordinada para introducir leyes de mercado libre en el sector y finiquitar nuestra red, social e igualitaria, de farmacias. Ninguno se atreve a decirlo en voz alta, porque quien más quien menos ha estado con el agua al cuello y sólo piensa en bendecir el chaleco salvavidas del PPP (Plan de Pago a Proveedores).
Vivimos tiempos en los que resulta difícil encontrar coartadas a tantas actitudes dóciles, ingenuas, resignadas. Tiempos en los que las soluciones de ayer no valen para los problemas de hoy. En los que al leer la trivial noticia de la masacre de las mariposas me da por imaginarme clavado en un corcho como uno de esos lepidópteros color naranja. Disecado. Bien es cierto que América queda lejos y que, aunque para poder pagar facturas demos tantas vueltas como ellas viajando, un farmacéutico normal no se parece en nada a una monarca. Ni siquiera en el color.
Ya es una razón para el optimismo, ¿no? Pero bueno, no vayamos a entusiasmarnos.

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