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  • Sobre esencias y razones para existir

En épocas de crisis, que suelen serlo también de mudanzas, es frecuente discutir sobre lo que es propio de nuestra esencia y de lo que no lo es, de cuál es el camino que debemos llevar, o el que no nos conduciría a ninguna parte, o aún peor, el que nos hiciera caer en el abismo. 

Para los inmovilistas, cualquier desviación del lugar donde están, incluso el paso adelante, sería erróneo; para los iluminados, el camino puede ser cualquiera; y para los que están en medio, el principal enemigo es la duda existencialista.

En esta reflexión estaba, cuando actué de tribunal, en la defensa de una tesis doctoral que se leía en una facultad de Farmacia, dirigida por un filósofo del Derecho y una médica. ¡Toma ya!

He aprendido mucho de filósofos del Derecho, en un grupo de Bioética al que trato de asistir cada vez que puedo. Creo que cumplen un papel esencial en su profesión, porque siempre trabajan entre la ley y la ética, luchando por acercarlas, en una tarea siempre activa y nunca terminada.

Pensé en lo que me gustaría que en las facultades de Farmacia hubiese un departamento de Filosofía de la Farmacia. Imagino las carcajadas de más de uno al leer esto. Creo que lo más próximo que podemos tener es el de Historia, aunque, pobre de mí, no he oído hablar de más cosas en ellos que de albarelos, triacas y pócimas. Sinceramente, pienso que si se estudiara a fondo la esencia del farmacéutico como profesión, quizás otro gallo nos cantaría.

Siempre he defendido que la Historia puede ser una disciplina de lo más prospectiva si, conociendo de dónde venimos, nos puede ayudar a saber la dirección por la que seguir. Porque muchas de las respuestas que necesitamos, para unir al farmacéutico médico y botánico de la antigüedad, con el que ahora pretende ser optimizador, valga el palabro, de la farmacoterapia, estarían tras el estudio de nuestra esencia fundamental como profesión.

A veces pienso que son respuestas que no queremos conocer, porque para esa gran mayoría de inmovilistas que integramos la profesión, nos obligaría a tomar decisiones que esas inercias, que unas veces llamamos comodidad, otras gremialismo y a veces, nada más que cobardía, no nos permiten.

El farmacéutico, siglos atrás, debió estudiar Botánica concienzudamente, porque preparaba medicamentos de plantas que debía conocer bien, y la diferencia entre las tóxicas y las terapéuticas a veces era algo casi imperceptible. Pero eso fue porque las plantas eran los medicamentos que teníamos. Y hoy los medicamentos son otra cosa, y su problemática no está únicamente en la permanente necesidad de descubrir más, de darles mejores diseños y formas farmacéuticas. También están en resolver los problemas que se derivan de su uso, que hacen que medicamentos que en ensayos clínicos, uno a uno, en condiciones idóneas, han demostrado su eficacia y su seguridad, en la vida real, con pacientes que toman muchos, y en condiciones alejadas a la de los ensayos, dan unos resultados que distan mucho de ser los deseados, en materia de efectividad y seguridad.

Hoy, optimizar la farmacoterapia de los pacientes es una tarea muy compleja. Lo es por la diversidad de medicamentos que hay que utilizar, por las características de las enfermedades que sufrimos y por el entorno social y la época en la que nos ha tocado vivir. Y todos nos tenemos que preguntar si en esta tarea los farmacéuticos encontramos nuestra esencia y razones para existir.

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