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  • Optimizar la farmacoterapia para optimizar una profesión

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A principios de verano tuve el privilegio de formar parte del tribunal de la Universidad de Buenos Aires, que evaluó la tesis doctoral del farmacéutico argentino Hugo Granchetti, cuyo título refleja el que he elegido para el artículo.

Conocí a Hugo, Huguito para los amigos, hace unos 10 años, cuando apenas era un recién licenciado de la Facultad de Farmacia bonaerense. El profesor Boveris, por aquel entonces Decano de la facultad, había solicitado mis servicios para adecuar el currículo de la carrera de Farmacia a las directrices vigentes mediante la implantación de una asignatura de Atención Farmacéutica. Durante 4 años, me desplacé a Buenos Aires a dictar la materia hasta que, una vez asentada, la Cátedra de Farmacia Clínica (que dirige el profesor Eduardo Lagomarsino, a quien por aquel entonces no conocía y hoy es un gran amigo) tomó las riendas de la enseñanza.

La docencia en aquella universidad fue realmente inspiradora. Fue en Buenos Aires cuando comencé a impartir clases con pacientes reales y en directo (práctica que ya nunca he abandonado), y de ahí surgió la idea de implantar Unidades de Optimización de la Farmacoterapia (UOF) como modelos de docencia, investigación y generalización de la práctica. El primer documento lo diseñamos la farmacéutica rosarina Jorgelina Paciaroni y un servidor en el famoso Café Tortoni de la Avenida de Mayo, y de ese documento surgió la implantación de dos unidades, una en Rosario (en uno de los colegios farmacéuticos de la provincia de Santa Fe), y otra en el Hospital de Clínicas, hospital docente de la Universidad de Buenos Aires. Aquel documento salió también para mi colegio de farmacéuticos. Tantos años después, aún espero respuesta.

Tras no pocas dificultades, pero con el tesón y la constancia de todos los implicados (y me acuerdo especialmente de la profesora Mónica Pappalardo), 10 años después de todo aquello Hugo Granchetti se ha doctorado con honores con el primer trabajo de investigación acerca del impacto clínico de la UOF sobre los pacientes, y de la capacidad de aprendizaje de la práctica por parte de los estudiantes, que tienen la obligación de ver a pacientes tutelados por los profesores. Aquel pibe con dos o tres pelos en la barba creció, y hoy demuestra que los pacientes sufren una media de cuatro problemas farmacoterapéuticos y que los farmacéuticos y estudiantes de la UOF pueden resolver al menos tres, el 75% de ellos.

La máxima aspiración de todo docente debe ser sin duda la de crear discípulos que lo superen, que logren llegar más allá y superen los límites que a uno lo atenazaron. Este es sin duda el caso de Hugo y de los profesores que le hemos acompañado en este proceso, en especial mis amigos Eduardo y Mónica. Aquel 28 de junio fue un día de mucho orgullo para mí. Y también, por qué no decirlo, de una inmensa rabia por no haber conseguido lo mismo en una tierra que empezó a soñar mucho antes con afrontar el desafío, un desafío que han impedido alcanzar muchos popes de la materia que nunca creyeron en la práctica, sino que la utilizaron para proyectos más personales, y que hoy, por cuestión de ese juez llamado tiempo, están ya jubilados, en trance de hacerlo o directamente amortizados para la profesión. Al menos queda la íntima alegría de saber, porque así lo ha demostrado la tesis de Hugo Granchetti, que desde el llamado tercer mundo los sueños, con honestidad y determinación, se cumplen.

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