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  • Héroes en el silencio

Recientemente, visité México por primera vez en mi vida. Había estado de paso por el aeropuerto, para ir a Honduras o a Guatemala, pero nunca tuve la oportunidad de estar en ese país. Fui con motivo de unas Jornadas organizadas por el Foro Iberoamericano Ciudadanos y Salud, que dirige Manuel Amarilla. 

Pocos estamentos son tan indicativos del deterioro social que ha provocado en la Humanidad el liberalismo como el de la farmacia comunitaria en Iberoamérica, pero el caso mexicano es aún peor. En muchos países se exige que haya un farmacéutico como director técnico, aunque eso no se cumpla o sea algo administrativo. Aquí, ni eso. Con que exista un «idóneo», que tiene un nivel de bachiller a lo sumo, es más que suficiente. Se vende tabaco, refrescos y todo lo vendible. Incluso medicamentos.

La carrera de farmacia como tal se limita a muy pocas y nuevas Facultades. Los profesionales que existen son los químico-fármaco-biólogos, conocidos como QFB. Resulta curioso cómo en muchos países hermanos lo que para nosotros es el farmacéutico se denomina de esta forma, o químico farmacéutico; se forman en Facultades de Ciencias Exactas en unos sitios, junto a odontólogos, como hasta no hace mucho en algunos lugares de Brasil o cómo en un país como Chile su curricula se adapta para trabajar en la minería del norte, o hacia la industria farmacéutica o la farmacia asistencial en otras escuelas. La evidente falta de identidad es patente en América Latina. Este es un problema diferente que el español, cuya identidad científica es la que es, y las facultades se aprovechan de que se exige el título para hacer actividades asistenciales que no enseñan, pero que les producen muchos alumnos y fondos económicos. Otro gallo les cantaría a las facultades de farmacia españolas si no se tuviese que pasar por su aro para ejercer la profesión. Y otro también para los farmacéuticos asistenciales si tomásemos nuestro propio camino y los dejásemos con sus ratones, alcanos, alquenos y alquinos.

En este panorama mexicano tan inhóspito para una farmacia profesional, encontré el milagro. El milagro se llama Farmacia Vidrio, en la ciudad de Guadalajara, y el capitán de los héroes, porque así son todos y cada uno de los que allí trabajan, es Víctor Manuel Medina Romo, una de las personas más sencillas y humildes, pero a la vez extraordinarias, de las muchas que he encontrado en mi amada Iberoamérica. Cómo me acordé de Paco Martínez allí, en una farmacia en la que sólo hay medicamentos, que no pertenece a ninguna cadena, y que tiene en plantilla a tres farmacéuticos, uno dirigiendo la investigación, llamado Miguel Ángel Santos, y dos farmacéuticas cuyo nombre siento no poder citar, porque no me añadieron en el Facebook, pero que están al cargo de una consulta de seguimiento farmacoterapéutico que funciona todo el día. Y con un estudio cinematográfico para grabar entrevistas y programas de educación a pacientes, que sueñan con llevar a televisión, para poner su granito de arena en hacer mejor a su país.

Con personas como éstas y con la calidad humana que tienen, en un entorno tan hostil como el que sufren, y no sólo desde el punto de vista farmacéutico, uno no puede hacer otra cosa que creer en el ser humano. Y con personas como Víctor yo me descubro y me arrodillo en señal de respeto. Y cuando el vergonzoso panorama español me haga caer en el desaliento, recordaré su ejemplo, y no podré hacer otra cosa que levantarme y seguir mi camino. Por cierto, Víctor no es farmacéutico. Espero que a ningún españolito le hiera eso la sensibilidad.

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