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  • El farmacéutico errante

La atención farmacéutica no va en España. Esa ha sido mi conclusión personal tras la séptima edición del Congreso que la Fundación Pharmaceutical Care España ha celebrado, esta vez en Vigo. No se trata de que el programa elaborado no haya sido interesante, ni de que los talleres ofrecidos no hayan tocado aspectos que sea necesario tratar. Lo que pasa es que hay un miedo terrorífico, valga la redundancia, a afrontar el reto no ya de la atención farmacéutica, sino del más que lúgubre futuro de la farmacia comunitaria que nos han dibujado desde fuera, y que nosotros estamos contribuyendo a colorear. Porque la realidad más cruda es que el miedo no es tanto a construir la atención farmacéutica como a perder un modelo mediterráneo de farmacia, moribundo y sin alternativas.

Resulta sorprendente comprobar la superficialidad de nuestros líderes en atención farmacéutica, que la ligan de manera indisoluble y de forma gremial al futuro del modelo de farmacia comunitaria, cuando la atención farmacéutica es una práctica asistencial universalista por naturaleza, que va a desarrollarse en cualquier ámbito asistencial, que no va a servir para garantizar ningún modelo de farmacia, porque puede ser válida para cualquier modelo y, guste o no, sin farmacia también. Por favor, no maten al mensajero, pero, o los pacientes que han visto nuestros líderes pueden contarse con los dedos de una mano, o es que estos se han valido de la atención farmacéutica para cumplir otros objetivos.

Son curiosas también las llamadas a la unidad como camino hacia el éxito. Quizá para que no se vea, como decía El Roto en una de sus viñetas, que existe otro camino. Esa unidad por supuesto que pasa por ver como única la única realidad que ellos ven, y no por la resultante de una práctica y reflexión sincera que ponga por delante las necesidades de la sociedad en materia de medicamentos, en lugar de los que cree que tiene un gremio inmovilista, alérgico a cualquier cambio, y que se ha agarrado como gato panza arriba a la atención farmacéutica como excusa para no mover algo que no depende de ellos, al igual que no se puede poner puertas al campo.

Seguimos sin querer ver la realidad, pretendemos que esta no exista por el mero hecho de cerrar los ojos ante ella o darle la espalda. Parece como la antesala de un partido de rugby, con un equipo, el farmacéutico, cerrado en círculo sobre sí mismo, y una sociedad vestida de selección neozelandesa bailándole la danza maorí.

Y mientras tanto, la sociedad sigue necesitando de la atención farmacéutica, y los que todavía creemos en esto tenemos que abandonar la nave fantasma «The Flying Pharmacist» (el farmacéutico errante) y montarnos en nuestros botes, poniendo proa hacia el único destino que garantiza el éxito: abordar las necesidades farmacoterapéuticas de los pacientes y disminuir la morbilidad evitable que causan los medicamentos en nuestra sociedad.

Porque nosotros tampoco tenemos excusa. No hay excusa para el que sabe hacia dónde hay que ir y persiste en estar con los que se dirigen hacia el camino equivocado. Hay que abandonar el gremialismo y abrirse a escuchar a la sociedad. Y cuando digo escuchar a la sociedad, no se trata de traer a pacientes a que digan lo que quieren de nosotros, no. Porque van a decirnos que hagamos lo que ya hacemos, pero mejor, más rápido y más barato. Se trata de hacerles ver a ellos y a otros profesionales de la salud que podemos ser sus aliados para mejorar los resultados de los medicamentos que prescriben, que administran o que usan. Y para ello, ni hay que ir unidos en el sendero que un nuevo líder marque, porque estaríamos volviendo a caer en lo mismo, ni tampoco tenemos por qué ser muchos. Basta que creamos en lo que necesitan los pacientes y que nos desnudemos de nuestros prejuicios. Y punto.

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