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  • Cuando el hombre del saco no es un extraño

El hombre del saco es la representación del miedo en la infancia. «No te vayas con extraños, no hables con desconocidos, cuidado, cuidado...» Existe. Embaucadores de niños, con una mezcla de maldad y seducción. Solo que, cuando el hombre del saco no es un extraño y está en casa...

El chalet de Teo, lugar donde acabaron con la vida de Asunta, está abandonado, cubierto de maleza, desvalijado. Nada que ver con el esplendor de antaño, cuando sus dueños, el matrimonio Porto, brillante abogado él y no menos brillante su esposa, profesora universitaria de Historia del Arte, celebraban allí reuniones con amigos. Junto a ellos, su hija Charo con su esposo Alfonso y la preciosa hija Asunta, una niña adoptada en China, que era inteligente, superdotada y que se fijaba mucho en todo, quizá demasiado.

El traslado de Rosario Porto, madre de Asunta, desde el Centro Penitenciario de A Lama (Pontevedra) a Brieva es inminente. Las últimas semanas estaba descuidando su aseo, vistiéndose de cualquier manera, tan decadente como el chalet de Teo. En A Lama Rosario destacaba por su humor cambiante, no se adaptaba por sentirse superior a los demás, a todos los que la rodeaban. Los informes psicológicos eran claros: «ambivalente en sus propios sentimientos», «montaña rusa emocional». Lo mismo había pasado en el Centro de Teixeiro, A Coruña. Se sentía injustamente tratada y demandaba atención continuamente.

Ahora espera un nuevo traslado que será a la cárcel de Brieva, en Ávila.

Unos días antes de decretarse el confinamiento, en plena pandemia de COVID-19, tomaron rumbo a Brieva.

Al llegar la instalaron en el módulo de Enfermería acompañada por una reclusa, el «preso sombra», mientras se le aplicaba el protocolo antisuicidio. Allí parece sentirse tranquila, se adapta bien y gana poco a poco la confianza de las otras reclusas, aunque los primeros días vagaba solitaria sin relacionarse con nadie.
Llega el otoño, siete años ya desde la muerte de Asunta, y parece estar bien de su depresión. Había ido a la peluquería a teñirse. No había olvidado enviar a la prensa la esquela que año tras año se publica:

«Asunta / Yong-Fang / In Memoriam / Te querré siempre, mamá.»

A las 8 de la mañana, sonó el aviso para la salida de las celdas en el módulo de presas. Se abrieron las puertas y salieron todas. Echaron en falta a Rosario. Los funcionarios la encontraron sin vida, colgada del cinturón de su bata atado a un barrote de la ventana. Se había bajado la guardia, ya no formaba parte del protocolo antisuicidio y no compartía celda con reclusa de confianza.

Comunicaron la noticia a su exesposo Alfonso Basterra, que cumple condena en Teixeiro por el mismo delito, y no derramó ni una sola lágrima.
En la pareja criminal, el «íncubo» representa dominio, sugestión, es el instigador. El «súcubo» es el dominado, el que ha sido provocado para cometer un delito y colabora en su perpetración. La comisión del delito es de acuerdo, pero uno solo el que ejecuta. El ejecutor da la impresión de que su responsabilidad es mayor, el verdadero criminal. En este caso no está claro quién fue íncubo y quién súcubo, o tal vez actuaron en concierto de voluntades. Aun cuando el dominante fuera él, quien pasó a la acción y ejecutó fue Rosario.

En la pista forestal donde apareció el cuerpo sin vida de Asunta, los lugareños han ido depositando flores, peluches, velas y una pizarra con una inquietante inscripción: «Dinos, Asunta, desde tu cielo: ¿qué pasó con tus abuelos?».

Rosario Porto se definía como estúpida y bisoña… ¿Bisoña?

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