Nosotros o el caos: Nápoles

Nunca es mal momento para hacer una férrea defensa de la universidad pública. Tampoco es raro que desde este rincón la defendamos. El Erasmus es para cualquier estudiante de educación superior, pero en Europa, y en España, los centros que pagamos todos aportan más alumnos al programa (que por cierto también pagamos todos).

Nosotros o el caos: Nápoles
Nosotros o el caos: Nápoles

En España, la tasa de jóvenes que comenzó estudios de grado es del 47%, según los datos del informe publicado a finales de 2017 por la ahora famosa conferencia de rectores españoles, la CRUE. Este dato está por debajo de la media de países de la OCDE, lo que desmiente ese mantra tan escuchado de que «ahora todo el mundo va a la universidad». No es todo el mundo y es menos mundo que en países de nuestro nivel cultural, social y económico. La llegada a la universidad de los hijos de los que no pudieron estudiar antes permitió a España subir un peldaño, o varios, y salir de etapas muy oscuras de nuestro pasado reciente. El conocimiento y la cultura llegaron a los que no tuvieron esas oportunidades antes. El dato de jóvenes que acceden a un máster (por si no lo habían adivinado aún es el detonante de todo este alegato) ha crecido un 350% desde la llegada de Bolonia. Pese al crecimiento, la tasa de estudiantes que lo hace es del 9%, muy por debajo del 23% de media que marcan los países de la OCDE. Muchos dirán, y es cierto, que los estudios universitarios no garantizan encontrar un puesto de trabajo acorde: de hecho España está segunda en la clasificación de personas que se ven obligadas a aceptar un trabajo por debajo de su cualificación. A esto se agarran muchos para criticar el sistema universitario español, pero si esto no pasa en países con mayores tasas de universitarios, quizá lo que hay que revisar no es el sistema de educación superior (no solamente, claro que tiene fallos), sino el modelo productivo (de sol y playa) que tenemos. El título de este nuevo viaje Erasmus hace referencia a una portada de 1975 del diario satírico Hermano Lobo, en la que se ve a un «poderoso» preguntando desde la tribuna al pueblo si les prefieren a ellos o al caos, a lo que el populacho responde al unísono: «el caos, el caos». Desde este rincón preferimos defender la autonomía universitaria, defender la universidad pública de calidad, así que no les preferimos a ellos y no se me ha ocurrido un destino mejor para representar el caos que viajar a Nápoles.

Hablo mucho de Italia en este rincón Erasmus, principalmente porque es el país con el que tenemos más convenios bilaterales firmados, pero también porque la adoro. Muchas veces me he referido a las diferencias entre el norte y el sur; el límite entre la Italia europea y la Italia que aparece en el libro de tópicos está (más o menos, esto es una chanza) debajo de Roma y la ciudad más importante del caos italiano es Nápoles. La capital de la Campania tiene alrededor de un millón de habitantes, y se extiende por las costas del Tirreno, a las faldas del imponente y destructor Vesubio (ahora les explico). La ciudad, el centro sobre todo, es un caos delicioso de gente, vehículos, comida y turistas con cara de susto. Porque dentro de los tópicos que acorralan a Nápoles, uno es el de ser una ciudad peligrosa. No es Oz, pero no es Mad Max. Hay barrios que siempre aparecen señalados, algunos con bastante razón, pero a los que no creo que fuesen a pasarse, pero son tan parte de Nápoles como el volcán. La Scampia y Secondigliano son dos de los barrios más peligrosos de Europa, están controlados por la mafia y han sido durante muchos años dos de los mayores supermercados de la droga del viejo continente. Su día a día fue retratado en el libro de Roberto Saviano Gomorra (que fue después película y luego serie) y que le ha costado al periodista vivir exiliado, escondido y escoltado. Otra zona de la ciudad que siempre aparece en las clasificaciones de «ándate con ojo» es el céntrico Barrio Español, al que tienen bastantes más posibilidades de ir. No conviene ir con la cámara en la mano, pero sinceramente, tampoco conviene hacerlo en las Ramblas o en la Puerta del Sol, es puro sentido común. Pero fuera de las nociones básicas, el Quartieri Spagnoli es un lugar con bastante encanto, con calles muy estrechas en las que la comida fresca todavía se expone al aire. Los chavales circulan en motocicleta sin casco, también los padres de familia llevan al niño de pie delante y por supuesto todos sin casco (dicen que la mafia quiere saber quién va al mando; disparan antes de preguntar). Entre las estrechas vías del barrio, los vecinos siguen colgando la ropa, formando una especie de toldo que hace más oscuras todavía las calles. Las fachadas están ya destartaladas y en cada manzana hay una virgen o un recuerdo a Maradona, cuando no las dos cosas. Porque Nápoles, además de ciudad de la mafia, de la pizza (luego me paro en esto) y excolonia española, es la capital de Maradona. Poner a la virgen a la altura del astro argentino no es casual, es una señal de la escala de valores napolitana, donde religión y fútbol están a la misma altura y se viven con la misma devoción. Me suena que ya he contado esta anécdota, pero nunca sobra. En 1990, cuando el Nápoles de Maradona estaba a punto de ganar el segundo Scudetto, alguien hizo una pintada en el mayor cementerio de la ciudad: «No sabéis lo que os estáis perdiendo». Esa forma de vivir el fútbol no se les ha pasado. Hace unas semanas el equipo ganó a la Juve (la odiada Juve, para muchos) en Turín, lo que les dejaba a un punto del liderato. La ciudad no durmió, 20.000 personas fueron al aeropuerto a recibir al equipo y el hombre del gol de la victoria en el último minuto, el senegalés Kalidou Koulibaly, ha sido encumbrado a los altares. Y de los altares napolitanos uno no se baja fácil.

Dejo ya mi pasión futbolera, y voy a temas que les interesan. Uno es el idioma, porque esa gente no habla italiano. Hablan una cosa parecida, pero no igual y que además es diferente en cada parte del sur (en Wikipedia hay una comparación usando el Padre Nuestro que es bastante explicativa). Volviendo a Gomorra, la película, si alguno de ustedes la ha visto en versión original se habrá dado cuenta de que no todo el rato hablan el mismo idioma. Hay varias historias y en cada una se dice una cosa. Esto no va a ser un problema en la universidad, pero ténganlo en cuenta. Si se aplican bien se pueden volver con un idioma y un dialecto en el bolsillo.

También les interesa cómo ir y cómo dormir. Para llegar hasta Nápoles lo mejor es el avión, de todas las maneras. Desde Madrid hay vuelos directos que vistos con tiempo pueden salir por menos de 100 euros. La otra opción es volar hasta Roma y abandonar la Italia continental en el tren que sale de Termini. Hay desde rápidos, tipo AVE, que cubren el trayecto en poco más de una hora, hasta los regionales, que tardan tres y son los que tienen verdadero encanto. Ustedes como Erasmus ya se encargarán de disfrutarlos, aunque hay que decir que gracias a los fondos de la Unión han mejorado mucho de un tiempo a esta parte. Encontrar piso puede ser complicado y poco seguro si se lanzan a la aventura en solitario. Son ustedes Erasmus, no lo olviden, las casas recién reformadas a estrenar, si las hay, no las guardan para ustedes. Les aconsejo que pidan ayuda en el Erasmus Point de la ciudad; les guiarán en la siempre complicada tarea de encontrar casa y compañeros.

No me quiero dejar dos cosas fundamentales de la ciudad. Una, como les decía antes, es la pizza. Olvídense de esa versión americanizada de la pizza que comemos aquí (y en medio mundo) y recuperen la simpleza de la pizza original. Masa con tomate y en el mejor de los casos queso mozzarella. A algunos les parecerá sosa, pero es una auténtica delicia. No lo digo yo, que sí, lo dice la Guía Michelín que no es precisamente sospechosa. Según esta Biblia de los restaurantes las seis mejores pizzerías del mundo están en Nápoles. Algunos sitios como el Sorbillo son insultantemente baratos. Eso sí, no todo es pizza, no olviden los helados (al lado de la imponente plaza del Plebiscito hay una heladería deliciosa) ni las pequeñas trattorias (por ejemplo las del Barrio Español). La otra cosa que no me quiero dejar es el entorno, porque si bien es verdad que no tienen fácil ir a Centroeuropa, el sur de Italia es una delicia. Al sur de Nápoles tienen varias paradas imprescindibles. Primero las ruinas de Pompeya, sepultada hace tropecientos años por una erupción del Vesubio y un poco más al norte que esta Ercolano, que pereció en el mismo viaje, aunque por motivos distintos. Todavía más al sur está Sorrento, y cerca de esta empieza la costa Amalfitana que recomiendo visitar en barco (la carretera es mortal; viví un viaje en autobús que fue un drama absoluto de mareos y vómitos). Todos los pueblos que conforman esta costa son preciosos; la vista de los colores de las casas en contraste con el mar les encantará, estoy seguro. Hay dos islas cerca de Nápoles que tampoco se pueden dejar en el tintero. Está la lujosa Capri y la wilderiana Ischia. Al otro lado de la costa Amalfitana está Salerno (recuerden las clases de Historia de la Farmacia; no les cuento por qué, hagan memoria o tiren de apuntes), donde hay más proyectos de boticarios y por la que pasamos rápidamente hace unos años. Todo esto en unos sesenta kilómetros a la redonda; si se atan la manta a la cabeza, tienen Sicilia al lado.

Creo que ha quedado claro que desde este pequeño rincón del Erasmus defendemos el caos. Nos encanta el caos, nos encanta Nápoles y por supuesto también la universidad pública.

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