• Home

  • Presentación

Estoy a punto de abrir la puerta de hierro y cristal del portal de casa. Está cayendo un intenso chaparrón, pero el cielo está abierto sobre el Tibidabo. Faltan cinco minutos para las ocho y, como no trabajo los sábados a partir de la verbena de sant Joan, me he vestido con unas bermudas azules con ocho bolsillos, una camiseta de algodón ligero y viejo que lleva estampado un tipo sesteando en una hamaca y unas brasileñas en los pies. Por un momento, tengo la tentación de subir a cambiarme de vestimenta; el motivo de mis reparos son la lluvia y el encuentro con Matías Peñafiel Puertollano. 

No voy a subir a cambiarme. No voy a hacerlo a causa de la meteorología, porque estoy convencido que al salir del bar, después del encuentro con Matías, lucirá el sol y tampoco creo que a Matías le incomode mi vestimenta si me atengo a su forma de vestir habitual, al menos su forma de vestir a las horas que yo le veo desde mi ventana. No creo que fuese coherente que se sorprendiese ni que le importe la mía. Me arriesgaré. Intento caminar rápido los cincuenta metros hasta el bar, aunque con las chanclas no conviene acelerar el ritmo cuando el suelo está resbaladizo como esta mañana. En la entrada aún no está el enorme schnauzer negro. ¿Saldrá Matías a pasear con su perro los días de lluvia?

No hay muchos clientes en el bar a esa hora de un sábado del mes de julio. Me dirijo a la mesa situada en una esquina alejada de la barra del bar, cerca de una ventana por la que se puede ver a los clientes que entran en la panadería del barrio. Es la primera vez que espero a alguien así, me imagino que la situación es parecida a las citas a ciegas concertadas por Internet. No tengo mucha costumbre en eso de las citas, ni en las clásicas, las de toda la vida. Ya ha dejado de llover y me tienta la posibilidad de levantarme. No sé si fue una buena idea este encuentro. Pero el arrepentimiento incipiente no puede crecer, la presencia del perro de Matías en la puerta del bar lo frena de golpe. Ya está aquí.

– Un buen chaparrón de verano.

– Ha durado muy poco.

– Pero ha servido para refrescar. Es una de esas mañanas en las que todo parece mejor. Yo voy a pedir la tortilla a la francesa y pan con tomate de los sábados y un cortado. ¿Y usted?

– ¿Es buena la tortilla que sirven aquí?

– La mejor. En su punto de sal y jugosa por dentro. La hacen con cariño.

– Pues, lo mismo.

– Nuestra manera de conocernos ha sido bastante peculiar.

– Cinematográfica ¿No cree?

– Sí, no estoy acostumbrado a estas situaciones, pero tengo el presentimiento de que vamos a tener una conversación interesante. No sé si mi optimismo está provocado por una mañana como la que disfrutamos hoy. De cualquier manera, y para entrar en materia antes de que lleguen las tortillas, por lo que he podido leer ustedes ya están notando los efectos de esta crisis, también.

– Las farmacias somos lentas, ni seguimos el ritmo de las burbujas ni pinchamos como los globos, pero no somos ajenas al entorno, y ahora el entorno económico es muy hostil para cualquier sector. Porque el sector sanitario también es parte de la economía, ¿no cree? Ayer me comentó que se dedicaba a la consultoría, ¿no?

– Soy socio de una consultora especializada en el sector sanitario. Unos de mis clientes principales son quien les vende a ustedes y quien les paga. La industria farmacéutica y las administraciones sanitarias.

– Ya puestos... ¿le parece que nos tuteemos, Matías?

– Me parece lógico, y más ahora que vamos a compartir un desayuno de tortillas.

El rito del desayuno de tortilla sabatino es, para mi compañero de mesa, algo casi íntimo. Compartir esta mesa para él ya es una aceptación implícita del tuteo. Su vista se dirige hacia el camarero, que se acerca con la bandeja llena a rebosar con las dos tortillas de forma perfecta, franqueadas por tres rebanadas de baguette crujiente bien untadas de tomate, sembradas de los granos de sal justos y regadas de aceite de olivas arbequinas. Los cortados humean como a mí me gusta y tienen ese aspecto espumoso tan difícil de conseguir en casa. Empezamos bien.

– Nuestras lamentaciones están fundamentadas y la preocupación crece por momentos en el sector. Las previsiones más objetivas apuntan a una factura pública de medicamentos un 10% inferior a la del año pasado y a un estancamiento, en el mejor de los casos, del mercado privado. La farmacia va a decrecer en facturación alrededor de un 8%. Quiero ser optimista.

– Otros sectores están soportando ajustes mucho más drásticos. Pero es cierto que cada uno siente lo suyo. Es normal la queja y la preocupación. Intuyo que tu sector tiene una características muy especiales, por su dimensión, su heterogeneidad, su organización y su entorno regulado. Hacer un análisis objetivo de la situación no es sencillo. ¿Tenéis una buena fotografía? O, mejor aún, ¿ya habéis ido al radiólogo, para que os diagnostiquen si se trata de un esguince o de una fractura lo que os provoca ese dolor?

Me lo dice con una cierta ironía de buen vendedor mientras se acerca un pedazo de tortilla jugosa sobre media rebanada de pan con tomate.

– Cualquier decisión estratégica debe estar basada en un buen diagnóstico. Las quejas y preocupaciones son síntomas de que algo huele a quemado, pero ya sabes lo de la rana.

– He tenido que oír comparaciones de los farmacéuticos con casi todo –incluso con los esturiones– pero no caigo en el parecido con las ranas.

Realmente la tortilla está en su punto.

– No se trata de una comparación. Se trata de ese cuento en el que una rana acaba cociéndose en el agua de una cacerola que va calentándose a fuego lento, pero ella no se da cuenta del peligro. Se va adaptando a la temperatura hasta su muerte en una sopa de rana. No se trata de un cuento especial para farmacéuticos, es un peligro común. Yo te aconsejo una buena revisión para tener un diagnóstico fiable, que vaya más allá de la intuición.

Matías sabe comer y vender. Me cae bien.

Continuará...

Destacados

Lo más leído