Era un dirigente de mi compañía muy apreciado, que siempre estaba pendiente de los demás, y en una cena de empresa oí cómo repetía sin dudar el nombre de todos los comensales, que le acababan de ser presentados. Quizá empleara alguna regla nemotécnica, pero es indudable que tenía una memoria magnífica. No es difícil encontrar casos semejantes. De Mitrídates se afirma que era capaz de administrar justicia en los veintidós idiomas de su imperio, aunque yo no acabo de creerlo pues ya he dicho mil veces que en los escritos siempre se exagera.

Hablamos de la memoria y por consiguiente hablamos también del olvido, que es una parte de aquella y además es imprescindible. Si dejamos al lado las enfermedades y el miedo a contraerlas, tendremos que hacer un humilde elogio del olvido. «¡Qué linda es la borrachera porque de todo me olvida!», decía aquella canción suramericana. Pero si no de todo, es bueno que el cerebro se desprenda de conocimientos inútiles o irrelevantes porque el saber sí que ocupa lugar, nuestras neuronas son limitadas y si lo recordáramos todo, literalmente no podríamos vivir.

La memoria es invasora, y si ella nos faltase no sabríamos quiénes somos. La memoria nos constituye, está presente en las cicatrices del cuerpo y en los prejuicios de la mente. Resulta imprescindible para poder practicar el agradecimiento, ese sentimiento limpio que surge al recordar tantas cosas buenas. Existe una memoria del corazón que es preciso cultivar.

Podemos ejercitarla, podemos ayudarla a que ponga orden en nuestras fotografías amontonadas, en las colecciones de cromos, en los olores que percibimos de niños. ¿Por qué recordamos unas cosas y olvidamos otras? ¿Por qué de aquella tarde peculiar solo permanece un vaso de metal colocado encima de la mesa, en un rincón? ¿Es que acaso la memoria es arbitraria? Creo mejor decir que es limitada y por eso, selectiva.

Recordar y olvidar, he aquí la pareja. El cerebro busca un equilibrio y por eso distingue lo que necesita para el futuro. Si almacenáramos lo que ocurre, sin discriminar, nos sería muy difícil encontrar un dato preciso cuando fuera necesario. Borges escribió Funes el memorioso, un cuento definitivo sobre este tema acerca de un hombre que lo recordaba todo y en el que ya incluso el presente le resultaba intolerable, de tan rico en detalles, de tan nítido.

Así que no es malo que el cerebro permanezca a veces distraído. Hay que dejarlo descansar y permitirle digerir, asimilar las experiencias. Podemos preguntarnos entonces si la creatividad surge mejor cuando estamos concentrados o cuando nos relajamos. No está claro; hay quien afirma lo primero, y por otro lado hay quien manifiesta que sus mejores ideas le brotan en la ducha o cuando pasea tranquilamente a su perro (es deseable que en tal caso la inspiración no le impida retirar los excrementos de la calle).

En todo caso, confío en que la memoria no sea la inteligencia de los tontos pues yo me tengo por bien dotado aunque sin excesos. Personalmente, me gustaría poder repetir con fidelidad cualquier discurso brillante, escuchado una sola vez. Como aquel que oí hace poco de una persona distinguida cuyo nombre no recuerdo. Tampoco sé precisar de lo que habló exactamente. Al llegar a casa apunté las ideas principales en un cuaderno, pero ahora no lo encuentro y no sé muy bien qué fue lo que hice con él.

¡Qué linda es la borrachera…! ¿Recuerda alguno de ustedes cómo terminaba aquella canción?

Destacados

Lo más leído