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  • Matar al mensajero

Plutarco es una buena fuente de inspiración. En su obra magna Vidas paralelas introduce la siguiente descripción que puede ser el origen de la expresión con la que he titulado este editorial: «El primer mensajero que dio la noticia sobre la llegada de Lúculo estuvo tan lejos de complacer a Tigranes que éste le cortó la cabeza.

Sin ningún hombre que se atreviese a llevar más información, y sin ningún conocimiento de lo que sucedía a su alrededor, Tigranes se sentó mientras la guerra crecía a su alrededor, dando oído sólo a aquellos que lo halagaran».
Ya en los tiempos modernos, Sigmund Freud consideraba el hecho de matar al mensajero como «un caso marginal de este tipo de defensa (...) para enfrentar lo insoportable», citando el ejemplo de «el famoso lamento de los musulmanes españoles ¡Ay de mi Alhama!», el cual relata como el rey Boabdil recibe la noticia de la caída de Alhama. El rey siente que su pérdida significa el fin de su mandato, pero no lo permitirá convertirse realidad, «tiró las cartas al fuego y mató al mensajero».
Sin llegar al extremo del rey de Armenia, ni a los misterios que sólo puede descubrir el psicoanálisis cuando bucea en las profundidades de nuestras mentes, podemos asegurar que esa actitud aún es bastante común en nuestros días. Las excusas continúan estando al orden del día.
Ahora parece, por algunos estudios y noticias que van apareciendo, que la receta electrónica no cumple con las expectativas. Podría parecer incluso ser la causa de un cierto bloqueo del desarrollo profesional de la farmacia comunitaria y que la falta de interoperabilidad es clave para que sea así.
Es difícil imaginar que esa traba técnica, que sólo afecta a un porcentaje minúsculo de dispensaciones, anule las posibilidades de una herramienta que hace 10 años la profesión ni podía imaginar. Debería reflexionar el sector sobre sus propuestas reales de evolución de su rol en un sistema sanitario con capacidad técnica de interrelación con otros profesionales y estamentos con los que hasta ahora no ha podido ni ha querido hacerlo, aunque sólo fuera para no sonrojarse al comprobar que continúa con los mismos vicios que nos describió tan lúcidamente Plutarco.

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