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  • La mujer, desvelada

Antonio Corradini (1688-1752) trabajó para el enigmático Raimondo di Sangro, séptimo príncipe de Sansevero. Participó en la decoración de la capilla sepulcral de la familia, obra cumbre del barroco tardío napolitano, con la Verdad velada, una escultura de virtuosismo asombroso, en la que el cuerpo se insinúa con delicado erotismo.

El cuerpo y el velo que lo cubre y, al mismo tiempo, permite vislumbrarlo, están tallados en la misma pieza de mármol, algo que se juzgaba técnicamente imposible. Hay otras obras parecidas de Corradini en varios museos, todas semejantes: Busto de una mujer con velo, en el palacio Ca’Rezzonico de Venecia, Tuccia velata en el Palacio Barberini de Roma y Mujer velada, de cuerpo entero, en el Louvre. En todas se produce el mismo prodigio: los velos no son añadidos, sino que forman parte del cuerpo cincelado y revelan el cuerpo que se oculta tras ellos. Todavía más prodigioso es el Cristo velado, obra cumbre del napolitano Giuseppe Sanmartino (1720-1793). La realizó en 1753 a partir de un boceto de Corradini, a quien se había encargado la obra pero murió poco después del encargo. Es una escultura tan asombrosa que surgió la leyenda de que el príncipe Raimondo di Sangro, aficionado a la alquimia, habría revelado a Sanmartino la técnica de calcificación de unas telas que se habrían depositado sobre la estatua y habrían cristalizado posteriormente, al juzgar imposible que un escultor consiguiera esculpir esa obra, en la que todo el cuerpo, y en especial el rostro de Cristo, está delicadamente velado y entrevisto.

René Magritte (1898-1967) pintó Los amantes, obra en la que dos amantes con los rostros totalmente velados intentan un beso imposible, al impedir las telas el contacto físico, la sensación del beso. Se ha dicho que la tela tiene su origen en el suicidio de la madre de Magritte cuando éste era niño, y que el rostro de la madre apareció, al surgir del río, cubierto por una camisa húmeda. También aquí, como en Corradini y Sanmartino, el velo introduce el misterio, un enigmático erotismo. Los amantes fracasan en su empeño amoroso porque los velos interfieren y alejan los labios que se buscan sin encontrarse. Besos, amores, amantes imposibles, besos amargos, símbolo de tantos desencuentros amorosos, de tantos amantes cuyas bocas no se encontrarán jamás porque su realidad, que permitiría el beso, ha sido enmascarada. Símbolo de tantas parejas que intentan amarse en vano, condenadas a la distancia por los velos construidos, asumidos, imaginados, aceptados.

Velos, mujeres veladas, construidas a partir de la imaginación masculina, erotizadas, convertidas en enigmas que desfiguran una realidad desconocida. La mujer ha sido velada, imaginada, construida, durante siglos en los que no se ha manifestado su personalidad, sino que ésta se ha construido a partir de los velos que la ocultaban y descubrían, que la vestían y adornaban y al mismo tiempo la desnudaban. Todas esas construcciones están saltando por los aires, y las mujeres se quitan los velos creados por la visión que los hombres tienen de ellas y se muestran como son, ni enigmáticas, ni misteriosas ni veladas ni sublimes, sino sencillamente humanas, reales. A medida que prescinden de las barrocas construcciones masculinas que las han velado, surge una mujer que seguramente desconcertará a casi todos, lo que sin duda producirá cambios inesperados en la sociedad, desde las familias a la sexualidad. Creo que el siglo XXI será el de la caída de los velos que han ocultado, sublimado, embellecido, deformado, divinizado y prostituido a la mujer. Prepárense para los cambios y abróchense los cinturones, que vienen curvas. Y mientras la revolución se produce ante nosotros, admiremos, nostálgicos, cuánta belleza puede crear una fantasía, deleitémonos con Corradini y el cuerpo de la mujer velada y con Sanmartino y los velos que adornan su Cristo sublime, insuperable.

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